jueves, 19 de marzo de 2020

Miro por la ventana


Miro por la ventana y veo todos los días lo mismo. Todos los días son el mismo día cuando miro por la ventana y me encuentro con los árboles enormes, de troncos grisáceos, llenos de bolitas semilla y, ahora, con sus primeros brotes de hojas. La vida y la muerte en una misma rama. El principio y el final, en pleno contraste. Sobre todo si les pega el sol. Ojalá supiera cómo se llaman esos árboles. Hay tantos y por todos lados, pero no he podido averiguarlo.

Miro por la ventana y veo el edificio de enfrente cuyas ventanas perfectamente ordenadas ya me sé de memoria. En el piso de hasta arribe (el penthouse que le diríamos en México), hay una pasillo larguísimo por donde se pasean a veces un hombre y a veces una mujer. Nunca van juntos. Igual no caben. O temen contagiarse, qué sé yo la soledad o la desesperanza. A los dos se les ve la espalda encorvada y el rostro casi oculto. Volteo cada tanto para ver si me los encuentro, aunque ellos no lo sepan.

Miro por la ventana y más allá de los árboles, hay otros edificios, de ladrillo, de ese naranja rojizo tan bonito. Aquí y allá se alcanza a ver un toldo verde, recogido, que hace un lindo contraste. No alcanzo a ver a los habitantes.

Si me levanto y miro por la ventana hacia la calle, sí que veo a algún peatón deambular por ahí. Pero no aguanto mucho. Me gustaría saludar, pero desde un sexto piso y con la ventana cerrada es imposible.

Miro por la ventana y veo el cielo. Siempre el mismo. Siempre distinto. Ora azul, ora blanco. Ora con nubes, ora sin ellas. Ora con luna, ora sin ella. A veces cruzan pájaros volando: urracas (mis favoritas) o palomas. Hace unas cuantas tardes juraría que vi un murcielaguito, por su forma torpe de volar. No he preguntado si en Madríd hay murciélagos. Temo la respuesta de mi anfitriona ante casi todo: No tengo ni idea. Prefiero imaginar que fue una presencia visita.

Miro por la ventana y me encuentro con que graniza. Las esferas de hielo caen en el quicio y me apetece tocarlas, comerlas, jugar con ellas. Pero aún no me atrevo a abrir la ventana por miedo al frío. Después del granizo, viene la lluvia, de esa que no se oye, pero que desdibuja los árboles y los edificios y me hace sentir acompañada. Durante un momento.

Miro por la ventana porque es lo único que puedo hacer. Y porque me gusta mirar por la ventana. Cada día el mismo día. Cada día un día distinto. Por la ventana.

2 comentarios:

  1. Saludos desde una ventana imaginaria frente a la tuya, de ladrillo rojo llena de las violetas que una amiga querida me regaló ❤️

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    1. Qué ilusión que podamos estar conectadas a través de las ventanas, aunque se me salgan las lágrimas del extrañamiento. Cuídate y sigue cuidando las violetas que te regaló tu amiga con tanto cariño. ❤️

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