martes, 17 de marzo de 2020

Qué frágiles somos

O de coronaRreflexiones desde Madrid


Hay un dicho que dice: «El hombre propone y dios dispone», que parece que compartimos españoles y mexicanos, pero nosotros le hemos añadido una tercera parte: «y luego viene el diablo y todo lo descompone». Pues así la vida siempre, aunque hay veces que se hace más evidente que otras. Y esta crisis sanitaria en proceso de globalización es una de ellas. 

Ese diablo que todo lo descompone no es un ente maligno que busca hacernos trastadas a la menor provocación. Se trata simplemente de la esencia misma de la vida que es incierta y transitoria. El sufrimiento se genera cuando queremos sacarle la vuelta a la incertidumbre y a la impermanencia. Cuando creemos que si llenamos la alacena, o el armario, o lo que sea, de papel de baño, estaremos a salvo.

El diablillo de la vida puede ser, si le damos espacio, amigo y cómplice. Nos enseña cuán frágiles somos. Y nos enseña también, si le damos espacio, que la fragilidad no es un defecto o una carencia. Al contrario, justamente en la fragilidad está nuestra humanidad y nuestra capacidad de ser solidarios, de transcender la frontera de «yo-y-lo-mío-es-lo-único-que-importa».

Al malestar físico, el confinamiento y el desmoronamiento de «mis» planes, que han marcado mis días más recientes —junto a todos los demás, muchos de los cuales la están pasando peor que yo—, lo que más me pesa es la distancia de «mi casa». A propósito del confinamiento, un amigo compartía en el feisbuc ayer o antier un texto precioso sobre el espacio que es el hogar. Y en alguno de los comentarios a la entrada, alguien hablaba de cómo conocemos los ruidos de nuestra casa. Que si los conocemos. Los ruidos. Los olores. La luz y las sombras. Las presencias.

Está siendo un reto estar encerrada en una casa que no es la mía, con una persona a quien me une cierto afecto pero no mucho más. Me duelen los crujidos del piso de madera de este lugar porque me recuerdan que estoy tan lejos del mío. Y, al mismo tiempo, aprendo a estar donde estoy porque no puedo estar en otro lado.

Cuando en «mi» barrio salen por las noches a los balcones a aplaudir para agradecer a los médicos, también gritan «Viva España», y a me gustaría salir a gritar «Viva China», «Viva Italia», «Viva Corea», pero todavía no me alcanza la voz. Me da tristeza cuando los políticos o los pensadores aprovechan la crisis para llevar agua a su molino en lugar de enfocarse en la enorme posibilidad de conectar con los demás desde un lugar nuevo.

También me pregunto, gracias a mi amiga Evelyn, por qué, si una respuesta ante una emergencia es posible (política, financiera, socialmente), no sucede lo mismo ante una amenaza mucho más letal en el futuro cercano, el cambio climático, que en un pispás nos va a acabar matando a todos, empezando por los más pobres claro. (Aquí una reflexión interesante al respecto.) Por supuesto que me parecen adecuadas las medidas que se están tomando en la crisis sanitaria, pero me gustaría que esto nos abriera los ojos mucho más allá del coronavirus. Que el virus, más que el enemigo en que lo estamos convirtiendo, fuera también un aliado para transformarnos en tiempos que requieren que actuemos de maneras prácticamente opuestas a las que estamos acostumbrados.


Quizá las cosas cambien.
Ojalá que las cosas cambien.
Ojalá que nuestra mentalidad, personal y colectiva, cambie.
Ojalá que la solidaridad, el amor y la compasión vayan ganando terreno
como fuerzas rectoras de nuestras interacciones.

4 comentarios:

  1. No, querida amiga, no somos frágiles. Frágil es, quizás, nuestro cuerpo: todo lo material encuentra quien lo venza. Pero somos mucho más que algo, somos alguien, y ese alguien es mucho más que un continente, que un envase. Somos voluntad, somos perseverancia, somos resiliencia, somos afecto, amor, coraje, lucha, instinto, inteligencia, memoria, recuerdo, nostalgia. Faltan ingredientes para decir qué somos, pero hay palabras que aún no han sido inventadas, partes de nosotros que nadie ha descubierto todavía. No, querida amiga, no somos frágiles: somos vida, y la vida, siempre, se acaba abriendo paso.

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    1. Amigo querido, qué bueno que te pasas por aquí. Yo sigo creyendo que somos todo lo que dices y frágiles también. O vulnerables si prefieres otra palabra. O suaves. Pero no lo digo como defecto, sino al contrario. Esa fragilidad, vulnerabilidad y suavidad es la que nos hace ser humanos y vivir la vida a tope porque en cualquier momento la podemos perder. Y no tiene nada de malo; simplemente es como es. Porque la vida y la muerte no son sino meros instantes, dos lados de una misma moneda. De la fragilidad (o vulnerabilidad o suavidad) nacen la empatía, la compasión, la posibilidad de conectarnos con los demás y trascendernos a nosotros mismos. Y somos, por supuesto, amigos. Te mando un abrazo enorme con el anhelo aumentado que lo podamos hacer realidad, en carne y hueso, pronto. Muy pronto.

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  2. Siempre me paso, aunque no llame a la puerta. Un beso enorme, querida amiga.

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    1. Y siempre eres bienvenido, aunque no llames a la puerta. Un beso enorme de vuelta, amigo querido.

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