martes, 28 de abril de 2020

Cosas que suceden en mi ventana 9


  • La vecina viejita, que vive a la derecha de la pareja y abajo del balcón de la otra pareja, abre la cortina una rendija y echa un ojo fuera. Un instante. Como con miedo. Pareciera que me ve mientras medito. Cuando aún hay luz de día, baja la gruesa persiana café de madera. Se apertrecha dentro. 
  • Una urraca recorre el alféizar del edifico vecino caminando. Se le ve la cola despeinada. Parece recién levantada de una farra.
  • Los últimos rayos del sol iluminan la antena que corona el edificio de enfrente. Es una flecha dirigida al cielo.
  • Las nubes blancas y grises sobre el cielo azul cobijan mi tristeza.
  • Me limo las uñas de las manos o me corto las de los pies: prueba ¿irrefutable? de que el tiempo pasa. (Tal vez solo se repita en bucle.)
  • De mañana, la ventana de la vecina mayor tiene solo un mínimo cuadrado abierto al mundo: las persianas aún cubren la mitad y los cristales cubren 4/5 del espacio. Al poco rato, ya está cerrada a cal y canto otra vez. (El mundo parece serle un sitio peligroso.)
  • Una fugacidad blanca pasa por el rabillo de mi ojo. ¿Sería una mariposa? ¿Una carta de amor?
  • Me encuentro con estas palabras de Jordi Doce, que me emoconan: Con la llegada de los vencejos llega también el cambio de la luz, que empieza a virar a blanco y se impregna de cal, de verano anticipado. Esa nitidez polvorienta del sur que es ceguera y en la que, a ciertas horas, se adivina el fondo negro, calcinado, de las cosas. 
  • La lluvia me alivia cuando la escucho entreabriendo el vidrio.
  • El vecino recorre su terraza como si estuviera parado en una de esas bandas de aeropuerto. No parece que mueva pies ni piernas.
  • Bailo descalza sobre la duela. Contacto con algo parecido a la alegría.
  • Ya casi no me pregunto qué carajos estoy haciendo aquí. Solo a veces. (Sigo sin respuesta.)
  • Ilumino (coloreo) mandalitas sin parar. Llevo más de 50. Espero que me alcancen para el resto de la cuarentena, que ya pasó de 40.
  • Han nacido más criaturas para mi bestiario.
  • Escucho voces de niños en la calle. No me atrevo a asomarme por si solo es mi imaginación.
  • Luego, veo niños en patineta tomando la calle.
  • Los árboles grandes se mecen como llevados por un oleaje en el fondo de algún mar. Los más pequeños tiemblan cuando el viento los roza.
  • El himno a la alegría se mezcla con los trinos de los pájaros. Me asombra y soy feliz. Unos instantes.


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