jueves, 30 de abril de 2020

Rutina confinada

para Olguita,  porque le importa saber


Ana: «No voy a saber salir después del encierro».

rutina
Del fr. routine, de route 'ruta'.

1. f. Costumbre o hábito adquirido de hacer las cosas por mera práctica de manera más o menos automática.

«A todo se acostumbra uno, menos a no comer», decía Amparo, una de las hermanas de mi abuela Rosa. 

A un mes y 20 días de encierro, más o menos, ya está bien establecida una rutina de encierro o de confinamiento o de pandemia o de coronavirus o de cuarentena. Aun con los oleajes emocionales —los míos, más pronunciados; los de Ana, casi imperceptibles—, nos hemos asentado en el piso cerca del Bernabéu en una vida con hábitos y costumbres donde las fronteras entre los días se borran. La única que permanece con claridad es la que distingue la noche del día.

Yo acabo mis días posesionada del sofá de la sala y el netflix, una vez que Ana se ha ido a acostar. Entonces aprovecho para ver alguna de mis series favoritas, que a ella le resultan insoportables: asesinos seriales en Islandia o conflictos medievales en la antigua Inglaterra, por ejemplo.

Antes de eso, hemos visto la serie que vemos juntas, algo más tranquilo. Nuestro último hallazgo: Anne with en e, que ha resultado mucho mejor de lo esperado. A las dos nos gusta, aunque claro, yo me emociono como la protagonista de la historia, mientras Ana permanece casi impávida en el sofá. A veces soltamos alguna lagrimilla, pero nos cuidamos bien de que la otra no se dé cuenta o le damos la oportunidad de fingir que no se da cuenta.

Mientras vemos la serie en turno, cenamos: Sobras de la comida (sobre todo, yo), croquetas, un bocata (o sea, nuestro sándwich) y el reglamentario yogur de sabor con galleta incluida dentro, como postre. Y lo raro que es cuando se acaban los yogures y no podemos cerrar la cena como dios manda.

Antes de cenar, se impone la partida de cartas. Si alguien me hubiera dicho que yo estaría en Madrid jugando continental todas las tardes con mi anfitriona, me habría muerto de risa (o me habría quedado en mi casa...) No sé si cuando podamos volver a salir, cuando pueda volver a México, me quedarán ganas de jugar continental, pero de momento es un espacio relativamente seguro donde me puedo relajar. Y la sensación que me da ganarle a Ana es imbatible. También es cierto que cada día juega mejor, aunque no sé si será capaz de hacerlo con más participantes. (Con suerte, yo ya no estaré para ver eso.)

Antes de la timba (término recién adquirido), viene la tarde en el despacho. Ese espacio que he logrado hacer mío casi sin interferencia. Escribo. Traduzco. Atiendo a algún paciente. Videollamo a amigas, a mi hijo, a mi comadre. Coloreo. Me pongo música y bailo. Medito. Y miro por la ventana. Miro mucho por la ventana.

A esto le precede la hora de la comida, un espacio en general compartido con Ana. Ella guisa; yo pongo la mesa. Y comemos juntas. Unos días platicamos bastante; otros, lo hacemos casi en silencio. La comida casi siempre está buenísima. Le agradezco, pero no se lo digo mucho porque... qué sé yo, no parece tomárselo muy bien.

Y aún antes, está la mañana en el despacho. Muy parecida a la tarde, pero más larga (o así la siento). Yo, conmigo y con mis cosas. Disfrutando el espacio de soledad.  Abro una poco la ventana y dejo entrar los cantos del pájaros y el aire. (Si Ana llega a entrar, me pregunta si no tengo frío.) Escribo. Traduzco. Platico. Coloreo. Lloro. A veces. Y doy vueltas a la cocina, porque desayuno en etapas: naranja, yogur (con muesli o con alegría), pan tostado (a veces) y uno, dos o tres tés. Escucho a Bach o la radio o algo en youtube. Empiezo a ver cómo el sol ilumina las gitanillas, que quizá no sean gitanillas, en el balcón de mis vecinos. Veo cómo llueven semillas. O cómo se nubla de nuevo.

Y antes de nada, el momento más difícil del día: Despertar, en general motivado por la actividad de Ana alrededor de la casa, y darme cuenta que estoy en el mismo lugar y en un día distinto, aunque parezca el mismo. Entonces subo las persianas y decido si me quedaré en pijama, si usaré pijama de la cintura para abajo y ropa de la cintura para arriba o si me cambiaré toda. Esto con el afán de marcar una diferencia con ayer o antier o el día previo cualquiera que sea.

Quizá pronto nos toque volver a aprender a vivir parte de la vida afuera,
en condiciones también desconocidas.
Tapándonos la cara. Tal vez.
Ojalá nos conformemos con fluidez.
Ojalá cambiemos para bien.

2 comentarios:

  1. Te dejo abrazos muy apretados. Hablemos el domingo, puedes?

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    1. Abrazos apretados de vuelta, amiga. Sí puedo hablar el domingo :-)

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