viernes, 2 de octubre de 2020

lavando ropa 2


mi ropa y la de los vecinos en el patio interior de mi casa de ahora

Hace casi exactamente 6 años, el 28 de septiembre de 2014, describí cómo cuando lavo ropa a mano se me limpia el corazón y se me tranquiliza el ánimo. Conté también cómo aprendí la técnica precisa para hacerlo viendo a mi madre.

En aquel otoño triste, no habría podido imaginarme que unos cuantos años después estaría viviendo en Barcelona, en casa de una amiga que entonces aún no conocía. En este otoño, y desde hace casi un año, sigo haciendo de casas ajenas mis hogares temporales, Primero en el piso cerca del Bernabéu (gracias a Ana), en Madrid, y ahora en Nou Barris (gracias a Joana), en la capital catalana.

Y como es de suponerse, sigo lavando ropa. Y en cada sitio al que llego, he de adaptarme a las nuevas condiciones.

Primero: la terminología, los instrumentos y el jabón. Yo en Cuernavaca uso una palangana (o una cubeta) para remojar, tallar y enjuagar las prendas. Acá se usan barreños y el último paso del proceso se llama aclarar.

En Madrid tenía a mi disposición dos barreños, así que podía lavar varias cosas a la vez y reutilizar el agua del enjuagado (toda una proeza si se toma en cuenta la manera en que se desperdicia el agua en este lado del mundo). En Barcelona tengo uno, pero acceso a un lavabo grande donde hago el aclarado y me las ingenio para guardar, en el barreño, la última agua, aunque sea para otro día.

En México usaba Vel Rosita. En Barcelona, Norit. Y el nombre del jabón especial que usaba en Madrid ya se me olvidó (solo recuerdo que venía del Carrefour y que el envase estaba lleno de advertencias sobre el potencial venenoso del producto).

Segundo: los espacios para lavar. Yo en Cuernavaca tengo un minipatio de servicio en mi departamento, con un lavadero como dios manda. En España, por lo menos donde yo he estado, nada parecido, así que hay que reconvertir un baño en cuarto de lavado.

Tercero: los espacios para colgar. Yo en Cuernavaca usaba las regaderas de los baños (aquí son duchas, como en Madrid, o bañeras, como en Barcelona) y también el balcón de mi casa.

En Madrid aprendí la técnica de Ana de usar ganchos (que ella llama perchas) para tender dentro de la ducha (dejando los suéteres [jerséis] colgar por la mitad para que no se deformen). También estaban las cuerdas que para ese propósito llenan el patio interior.

En Barcelona hay cuerdas, claro, aunque a mucha más altura (si la ropa se cae vuela mucho más y suele detenerse en las cuerdas del quinto). Y hace un par de días que lavé un vestido y no quería que se deformara, Joana me instruyó para tenderlo sobre una toalla encima de la mesa del balcón, donde hay también un aro de metal de donde se pueden colgar perchas y proteger la ropa de la lluvia, mientras escurre y se seca.

Y sí, lavar ropa a mano, de cualquier lado del Atlántico, me tranquiliza el ánimo y me limpia el corazón, sobre todo con la llegada del otoño y la partida de algunas amistades, que o bien, no lo eran en realidad (y caer en cuenta duele) o bien están dejando de serlo (y caer en cuenta duele). 

Como decía yo misma hace 6 años, nunca deja de sorprenderme que, pase lo que pase, la mugre de la ropa se la lleva el agua y las prendas cada vez vuelven a quedar limpias. 

Y el agua, además, parece llevarse mis desasosiegos y tristezas si lavo la ropa prestando atención a las acciones y a las sensaciones físicas, mientras la mente descansa en el momento presente, en el espacio seguro que me ofrecen la palangana o el barreño.


2 comentarios:

  1. Amiga otra cosa que te admiro, yo no tengo idea de una técnica para hacerlo, nunca me la enseñaron. Me encanta sentir el agua, me relaja después de mucho tiempo frente a la compu y sin duda es mi elemento😀
    Algún día me compartirás ese saber.
    Te dejo un abrazo y ya ahora sí veámonos!!!

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    1. Cuando quieras la lección de lavado a mano, querida... Pon fecha para vernos, que ya casi se nos acaba el año. Un abrazo de vuelta mientras tanto

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