jueves, 26 de noviembre de 2020

Cosas que hago para seguir aterrizando

  • Saco fotos. Muchas fotos. De mí. Del cielo. De mi gata. De algún rincón recuperado de mi casa. De la luz que entra por las persianas y cae sobre la pared.
  • Sacudo el polvo acumulado en las hojas de las violetas. Una a una. Con una brocha de maquillaje en una mano, mientras la otra las sostiene por el envés para que no se rompan.
  • Lavo ropa a mano, haciendo como que no veo el estado en el que está mi patio y, así, voy ganando ese espacio también.  Es un alivio usar las manos y dejar descansar la cabeza.
  • Acomodo o reacomodo rincones de mi casa: la parte de arriba del trinchador del comedor (de esos muebles que mi abuela Adela recibió como regalo de bodas) o la del librero naranja que vive en la sala. Cambio violetas de lugar y, entre ellas, coloco fotos y adornos varios, como la gallina de cerámica, procedente de Brasil, que me regalara hace vidas una amiga Blanca, o la taza de porcelana inglesa que me diera Arabella al desmontar una ofrenda de muertos en la escuela donde ya no trabaja ninguna de las dos.
  • Me quedo pegada hora a la computadora traduciendo artículos médicos que no paran de llegar. Aunque esta no es propiamente una elección, me ayuda a suavizar el aterrizaje y a hacer tierra aunque no quiera.
  • Vuelvo a escuchar mis cedés en un aparato separado de la compu (a la que a veces le digo aún ordenador): b.s.o. almodóvarAmoríos de S. Rodríguez, guitarra barroca o la banda sonora de la cinta Wild.
  • Recuerdo que El Coleccionista es a las 9 de la mañana y vuelvo a escuchar música clásica sin tener que hacer la conversión de las 7 horas entre aquí y allá.
  • Coloreo. Mucho. El libro de mandalas que había dejado en Madrid y que recuperé tras mi escala ahí. (Me esperan los mosaicos hidráulicos que traje de Barcelona.) Y vuelvo a usar las crayolas que no me pude llevar de viaje. (Qué gozo iluminar con ellas.)
  • Juego continental. Mucho. Con Santiago; con Santiago y Yare; con Santiago, Yare y Josmar.
  • Escribo en el blog. Escribir siempre me aterriza, esté donde esté y este blog es un espacio que me ha ayudado a no perder la cordura durante más de una década.
  • Leo. Todas las noches, un poquito. A veces, otro poquito en la mañana antes de levantarme, sobre todo ahora que no he podido volver a despertarme más tarde, como hacía en Barcelona o en Madrid
  • Me corté el pelo, estrategia casi infalible para conectarme conmigo aquí y ahora, sobre todo confiando en las manos mágicas de mi Bruno querido.

Releyendo esto antes de publicarlo, me doy cuenta de que lo que hago no difiere tanto de otros momento de mi vida. O sea, o estoy ya más aterrizada de lo que pienso (y siento) o bien, el proceso de aterrizaje es en realidad un proceso constante, porque las circunstancias de la vida cambian todo el tiempo, pero no solemos (o no queremos) darnos cuenta.

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