miércoles, 16 de diciembre de 2020

entre la desolación y el enojo

No me siento perdida.

Es solo que no sé dónde termina el mar que llevo

dentro

y a veces me ahogo.

Elvira Sastre


Como era de suponerse, la RAE define «desolación» como la acción o efecto de desolar o desolarse, o sea, no dice nada. Si una se va a buscar «desolar» se encuentra con que tiene tres acepciones, de las cuales aquí me interesan dos: causar a alguien una aflicción extrema o afligirse, angustiarse con extremo.

Por otro lado tenemos «enojo» que la misma institución define, en su primera acepción, como movimiento del ánimo que suscita ira contra alguien. Y si buscamos «ira», primeramente dice el DLE que es un sentimiento de indignación que causa enojo, o sea, tampoco se aclara la situación.

Sin embargo, para mí, recurrir a las palabras y al diccionario es un primer paso para poder manejar las emociones que, de pronto, se apoderan de mi ser y de mi entorno, asolando (destruyendo, o amenazando con hacerlo) todo a su paso. Buscar sus definiciones me permite empezar a abrir un espacio, un hueco de atención plena, entre ellas y yo, para así —siguiendo las instrucciones de mi maestro— poder empezar a manejarlas de otra manera: una mejor manera, claro (esa es la idea).

Hace un par de días, algo se me disparó internamente, por un estímulo externo (como suele suceder, diría mi hijo), que me lanzó a una turbulencia emocional de las buenas, de las que te arrastran sin que puedas hacer nada, o poco, como quien se ahoga en el mar y apenas alcanza a asomar la boca o la nariz unos segundos para tomar un poco de aire y seguir intentando sobrevivir.

El disparador del exterior: mi necesidad frustrada de alargar un pelín mi estancia en Chimal para seguir suavizando este proceso de aterrizaje de vuelta en casa que se me ha presentado tan pedregoso, tan a trompicones, lo cual, huelga decirlo, no es culpa de nadie y responsabilidad, mía (en su mayor parte).

Las emociones levantadas por vientos provenientes de un pasado que ya no existe y que, sin embargo, se las ingenia para manifestarse: enojo, como manifestación primera (de carácter defensivo) y una enorme tristeza, desolación, de esas que te abren las llaves de los ojos y no hallas como cerrarlas.

Las reacciones: llorar, patalear, alejar lo más posible a quien quiero (otra defensa), decir incoherencias sin encontrar el modo de parar.

El panorama emocional: sensaciones (añejas) de inadecuación, de rechazo, de nunca ser suficiente, de siempre ser demasiado que dejaron heridas/cicatrices (añejas) que, con todo y el trabajo de años, se siguen reactivando.

La manera de manejarlo: intentar sentirlo sin pasar a la reacción habitual (casi) automática y profundizar en la comprensión de mis propios patrones emocionales para ver con mayor claridad su funcionamiento y, eventualmente, poderlos ir soltando, uno a uno, paso a paso. (Por supuesto que este proceso se va filtrando, casi por goteo, entre todas las reacciones menos sanas.)

El reto más grande: ser gentil conmigo misma en lugar de autoflagelarme hasta la eternidad, como me acostumbré a hacer hace varias vidas.

El par de logros de esta ocasión: primero, haber podido, finalmente, dejarme abrazar por mi hijo, quien, además, me recordó que las reacciones de los demás (a veces mis disparadores) no son personales (no son en contra mía, pues), que los azotes son temporales y, muy importante, que no estoy sola (que es lo que siempre pienso y siento en estos momentos de crisis).

Gracias, changuito.

Y segundo: haber podido —si no por primera vez, quizá por segunda o tercera— conectarme con compasión por la niña que vivió esas experiencias difíciles en la infancia, de donde han derivado la colección de formas de infligirme sufrimiento. (Tampoco es su culpa.) Y también pude empezar a vislumbrar cómo inflijo yo sufrimiento también en los demás, incluso cuando no es mi intención.

Lo siento, comadre.


Ojalá pueda yo acunarme a mí misma como lo hace la volcana, mi volcana, con las nubes:


en las inmediaciones de Amecameca
un 13 de diciembre de este 2020

2 comentarios:

  1. Amiga querida un abrazo, entiendo donde puede llevarnos una herida añeja que aparece para recordarnos que en el camino andamos y ya no estamos en el mismo lugar. Mucho amor para tiii

    ResponderBorrar