sábado, 12 de diciembre de 2020

s o n i d o 2

Hoy me toca reconocer los sonidos y los ruidos de mi hogar (en el más amplio sentido del término), adonde llegué de vuelta hoy hace cuatro semanas y adonde no he terminado de aterrizar aún. Para ayudar en este proceso, me vine a casa de mi comadre —en Chimal, a los pies del Popo— y como esperaba, se está obrando la magia y empiezo a sentir que estoy de vuelta en tierras mexicanas.

Como describía aquí, a propósito de mi aterrizaje en la capital catalana, ahora busco de este lado del mar los sonidos y los ruidos que me hacen saber que estoy en casa. Y en Chimal me he encontrado varios, que acunan mi incertidumbre y mi desconcierto:

  • Los cantos de Vicente y de Vicentito, gallos padre e hijo, que reciben al sol cuando nosotros aún no sabemos que está por llegar y que luego siguen cantando durante el día en momentos aleatorios (o por lo menos así me lo parece a mí) 
  • Los motores de coches y camiones que transitan en la calle principal de Chimal, donde está la casa de mi comadre —Sor Juana Inés de la Cruz sin número entre Texcoco y Cuautitlán—: a veces, el ruido va acompañado de una vibración que recuerda a los temblores y me sobresalta
  • Los maullidos de Cleo (Cleopatra o Nena), la gata de mi comadre y madre de mi Khandro (es una gata algo huraña, pero parece tener buena onda conmigo y me hace plática en un tono parecido al de su hija, aunque ella no lo sepa o quizás sí que lo sabe)
  • Las conversaciones entre los gallos de aquí y los gallos del barrio: empieza uno y luego todo es un coro de quiquiriquís
  • Los cohetes, que rasgan el cielo con su estruendo después de echar su silbido premonitorio: hoy desde antes de las 0 horas para celebrar a la Virgen de Guadalupe, aunque empezaron desde el 8 con la Conchita, patrona de Ozumba, con todo y coronavirus o a pesar de él (y así nos vamos de aquí hasta los Reyes, el 6 de enero próximo, «si es que sobrevivimos», dice María Eugenia)
  • Las campanas de la iglesia, a un par de cuadras de aquí, que llaman a misa y celebran por todo lo alto a la Guadalupana (y contribuyeron con los cohetes a mi temprano despertar)
  • El repiqueteo de los picos de gallos y gallinas, «mis pollos» como los llama mi comadre, cuando picotean las semillas en su comedero de metal, que ahora cuelga frente a la ventana de ella, y hacen música sin conciencia

  • Los trinos de pájaros, cuyo nombre desconozco, pero que me remiten a toda mi vida de este lado del mar
  • Los gorjeos de las gallinas cuando se acercan a la puerta del comedor o la cocina con la esperanza de poder introducirse a la casa
  • La leche escapándose, como un suspiro largo, de la olla donde la hierve María Eugenia, mientras nosotras arreglamos el mundo platicando en el comedor
  • El esfuerzo del excusado de arriba para llenar su tanque cuando escasea el agua: su glu...glu...glu que, de noche o madrugada, me arrulla
  • La licuadora, desagradable en cualquier lugar del mundo donde esté

Ahora me queda volver al depa de Cuernavaca y dejar que sus sonidos y ruidos me acaben de acoger de regreso a este país. 

Mientras tanto, y de pilón, dejo por aquí a un habitante silencioso de Tlaníhuitl, la ardilla que con total cinismo les roba el maíz y el trigo a los pollos:




2 comentarios:

  1. Te sigo acompañando en tu aterrizaje.
    Que sea un proceso compasivo y lleno de amor hacia ti.

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