lunes, 17 de mayo de 2021

Historia de una planta 3

Ya hay otras historias de plantas en este blog (como aquí y acá), además de que se cuelan por todos lados, en palabras o en imágenes. En realidad no me había dado cuenta cabal del lugar tan importante que juegan las plantas, las flores, las hojas, las semillas, las raíces en mi vida. Gracias a ellas es que, después de 6 meses de haber cruzado el charco de vuelta, siento que empiezo a (medio) aterrizar.

Desde abril pasado hay una planta nueva , que me regaló mi comadre María Eugenia de cumpleaños. Un amorcito, cultivado en Chimal. No es la primera vez que me traigo alguno a Cuernavaca, pero el último se murió hace unos años, calculo.

Llegando a mi casa, lo coloqué en el balcón con la intención de comprarle una maceta más grande. Entonces me di cuenta de que traía dos botones de flores. Compré, pues, el tiesto nuevo, donde lo metí con todo y su recipiente original, sabiendo que cuando una planta va a florear no es el mejor momento para trasplantarla, pues la floración le consume mucha energía y no tendrá suficiente para adaptarse a un nuevo sitio. 

A los pocos días de estar expuesta al sol brutal (aún no empezaban las lluvias), vi con algo de tristeza que los dos botones se habían secado. No me sorprendió porque Cuernavaca es muuuuucho más caliente que Chimal. Pensé, entonces, que ya podría trasplantar el amorcito y entonces vi, ahora con sorpresa y gusto, que había echado otros dos botones, adaptándose casi de inmediato al clima cuernavacense. Opté, claro, por volver a aplazar su cambio de vivienda y empecé a esperar a que los botones abrieran.

Y abrieron, así de bonitos:



Ojalá nuestras (mis) readaptaciones a los cambios fueran tan suaves y sabias como las del amorcito chimaleño.

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