martes, 16 de abril de 2024

San Vicente y yo


Compartimos un aniversario, su muerte (el 5 de abril de 1419) y mi nacimiento (el 5 de abril de 1963), con 544 años de diferencia. El viernes 5 de abril de 2024 nos celebraron a ambos (sus 605 años de muerte y mis 61 años de vida) en San Vicente Chimalhuacán (Chimal pa los cuates), en el Estado de México, un pueblo pegadito a Ozumba, donde vive mi comadre María Eugenia y cuyo santo patrón es San Vicente Ferrer.

Ya antes, quizá en el 2015, habíamos celebrado esa coincidencia mi comadre y yo, con la alegría, además, del nacimiento de Vicentito, un gallo que salió del cascarón (en forma de pollo, claro)  en su casa justo el 5 de abril, entre los cuetes para San Vicente y el pastel para mí. El Vicentito vivió feliz en Chimal unos cuantos años (entre 5 y 10 es la esperanza de vida de esas aves y entre ellos se situó la vida de mi tocayo de cumpleaños). 

Cuando busqué información sobre el santo en gugle, me encontré con datos interesantes que desconocía por completo. Aquí se puede leer más sobre él, pero entre lo destacable para mí está el hecho de que fuera un escritor del Siglo de Oro Valenciano, de que llevara a cabo, según la leyenda, varios milagros y por ello se le represente con el dedo índice levantado hacia el cielo y un par de alas en la espalda, y de que fuera un predicador viajero en la Europa medieval. Supongo que la iglesia del pueblo de Chimal, del siglo XVI y donde Sor Juana fue bautizada, debe haber sido dominica, como el santo, aunque por qué se le escogió a él como patrón, muerto mucho antes de que América apareciera en los mapas europeos, no tengo ni idea. 













Este añs nos tocaron, a San Vicente y a mí, no solo todos los cuetes del mundo sino también chinelos (que son  oriundos de Morelos, y también de las zonas aledañas del Estado de México) y banda que pasaron dos veces frente a la casa de mi comadre, tocando, bailando y brincando.









Esa noche, la fiesta siguió en la plaza principal del pueblo y la música, con las bocinas más grandes que yo haya visto (y oído) jamás se prolongó hasta las 2 de la madrugada, más o menos.



















Y al día siguiente, la celebración continuó con el desfile de las marotas, quienes se detenían a bailar enfrente de las tiendas, mientars subián y bajaban por las calles del pueblo.

Así el cumpleaños (y poscumpleañera) de este año.
El mero día me regalé, también, un paseíto fotográfico por el pueblo, alejada del centro, y me encontré, entre otras maravillas, imágenes como estas:






Y el Popo, amigo majestuoso, tras una flor de colorín:

 



 

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