martes, 9 de abril de 2024

Crónica de un eclipse de sol


Nos habíamos preparado comprando unos lentes para ver el eclipse total de sol y no mucho más. Sabíamos que era el lunes 8 de abril alrededor del medio día en Cuernavaca. Que aquí alcanzaríamos una totalidad del 75%.

Yare lo vería en el trabajo. Santiago quedó de venir a la casa, no demasiado emocionado. Cuando llegó, ya la luz en el departamento se sentía diferente. No estaba demasiado oscuro pero con un cariz  diferente de cuando está nublado. A mí me provocaba una sensación de presagio de algo, qué sé yo, no auspicioso. (Ominoso, como diría mi amigo Horacio.) Alba, que me ayuda con la limpieza, comentó que notaba el cambio también. Santiago se puso a desayunar algo rápido mientras yo armaba un morral con camarita rosa, pala de cocina con hoyos, lentes de ver de lejos y lentes oscuros. Los 2 pares de lentes de eclipse los traíamos en las manos.

Antes de salir, vi a unos vecinos sentados a la entrada de su edificio, detrás del mío, platicando resguardados del sol (y sin voltear al cielo), pero, quizá, con la conciencia de que estaban en la sombra de la luna. (O no.)

Y entonces nos lanzamos los tres a ver el eclipse. Alba comentó cómo el anterior (el anular de octubre del año pasado) lo había visto en el piso, entre las sombras de las hojas de los árboles . Así que nuestra primera parada fue bajo el árbol de moringa. Estaba llegando al punto máximo:


"Hace burbujas ese eclipse", comentó una amiga en instagram


Entonces seguimos hasta el guamúchil y, allí, empezamos a atrevernos a ver al cielo, usando los lentes, no sin cierto recelo. Santiago fue el primero y se asombró. Entonces seguimos Alba y yo. Y nos asombramos. Sobre todo de que el sol pareciera la luna (un gajo de luz) y la luna fuera un círculo negro. Una vecina salió al balcón y nos veía con cierta displicencia, quizá preocupación. Le dije que si quería salir a ver. Negó con la cabeza. Le dije que lo podía ver en la sombra de los árboles. Negó con la cabeza.

La temperatura bajó. Llegábamos al 75% (nuestro 100%). Nos sentamos en las bancas de piedra junto a la segunda alberca y nos fuimos turnando los lentes y comentando lo que sabíamos del eclipse. Yo les conté mi vivencia del eclipse total de 1991, que presencié con mi amiga Ángela en plena Avenida Coyoacán (¿o era Churubusco?) de la Ciudad de México, cerca del trabajo de ella. (Santiago no había nacido aún y Alba tenía 4 años.) De entonces no guardo ningún recuerdo visual ni me acuerdo si teníamos lentes (quizás sí porque Ángela tiene un tío astrónomo). Lo que recuerdo con total claridad fue el asombro y el miedo que sentí en el cuerpo cuando se hizo de noche en pleno día. Oscuridad casi total (en la ciudad nunca lo es del todo). Pájaros que volvían a sus árboles a guardarse. (No recuerdo si algo sucedió con el tráfico.) Y la preguntas: ¿Y si no vuelve a salir el sol? ¿Y si nos quedamos a vivir en la oscuridad durante el resto de nuestras vidas? A los poco minutos, volvió a amanecer, claro, aceleradamente, con el sol al centro del cielo, brillante como si no hubiera pasado nada (o como si hubiera pasado todo). Fue como pausar el tiempo duranto unos segundos. Como suspender la vida cotidiana durante un momento. Como aguantar la respiración y luego volver a respirar justo antes de que se acabe el aire.

Y allí, junto a la alberca, la temperatura volvió a subir y la luz "normal" empezó a volver poco a poco. Nosotros emprendimos el camino de regreso al depa. Nos detuvimos para ver al sol medio oculto otra vez, usando mi pala de cocina con agujeros, que nos regaló 7 eclipses, con la luna dejando al sol volver a salir. Y llegamos a la entrada de mi edificio. Una vecina se asomaba por su balcón, hablando por celular. Nos preguntó si podía bajar y verlo con nuestros lentes. Que sí, le dijimos y le enseñamos también las sombras del eclipse entre la palma que adorna el vestíbulo. No entiendo, decía. Con los lentes, miró al cielo, se asombró, preguntó si en Europa se vería y luego corrió escaleras arriba diciéndole al celular que sí se veía. Nosotros nos turnamos los lentes una última vez antes de volver a la casa y a la vida cotidiana, mientras la luz volvía ser la de siempre. (O no.)




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