lunes, 24 de noviembre de 2025

Día de Olga Amparo


A mi tía Olga, que hoy cumpliría 110 años, le gustaba el color rosa. Se pintaba las uñas de rosa, cuando no se había inventado el gelish y las uñas se arreglaban una vez por semana. Para lograr el tono que le gustaba, combinaba dos barnices que ya conocían en el salón adonde iba. ¿O se las iban a pintar a su casa? Ni idea. Tampoco recuerdo cuáles barnices eran, pero sí recuerdo, o cuando menos tengo una imagen en mi mente, del tono de sus uñas, que era muy similar al de los sofás de su sala, que tenían, creo, un estampado vegetal en verde sobre el rosa. También se parecía al color de la alfombra que cubrió todo su departamento, hasta que después de su muerte, su hija la cambió por duela.

A mi tía Olga le gustaba cocinar y nos recibía en su casa, después de la escuela, todos los martes a la hora de la comida. Me imagino que de más chicos, llegábamos con mi mamá (mi papá no volvía a casa a comer) y de mayores, mi hermano y yo caminábamos (cada quien por su lado lo más seguro) hasta llegar a la esquina de Eugenia (que después se convirtió en el Eje Vial 5) y Avenida Coyoacán. Entre los platillos favoritos que preparaba y que nos deleitaban recuerdo: la tinga de pollo, las tostadas de pollo deshebrado con crema, frijoles y una salsa verde color esmeralda que era grandiosa, y las coyotas caseras, postre típico de Sonora, su lugar de origen (una suerte de quesadillas con tortilla de harina de trigo y un jarabe de piloncillo.)

Cuando comíamos en su casa se nos permitía beber refresco: una coca-cola para mí y un orange crush para mi hermano. No recuerdo qué bebían ni mi tía ni mi mamá.

A mi tía Olga le gustaban las telenovelas y compraba la Tele Guía, que tenía en su cuarto, donde yo me escabullía a leer las sinopsis de los episodios de las telenovelas que me estaba prohibido ver. Cuando iba a Cuernavaca a casa de mi abuela Rosa, su cuñada, y de mi abuelo Óscar, su hermano, se sentaba en lo que de noche se convertía en mi cama a ver las telenovelas con mi abuela, que ocupaba una enorme mecedora de madera laqueada en negro y con asiento y respaldo de mimbre tejido. Yo me asomaba a través del mosquitero de la ventana que daba al jardín, desde donde veía la espalda de mi tía y la tele muy  lejos. Creo que también llegué a reptar para situarme junto a la enorme cama de mi abuela y desde ahí avistar los amores y lágrimas que tan atractivos me resultaban.

Relaciono especialmente con ella una producción de Televisa que se llamó El amor tiene cara de mujer de 1971, que contaba las vidas de varias mujeres que trabajaban en un salón de belleza, cuya dueña también era un personaje. Las actrices incluían a Silvia Derbez (que entonces y ahora me recuerda a mi tía, por su físico y por su modo maternal), Irma Lozano, Irán Eory (que  me parecía un parangón de belleza) y Lucy Gallardo, la dueña del establecimiento. Más adelante se incorporó Anel, que eventualmente se casaría con José José. Muchos años después, mi tía y yo fuimos al cine a ver la biografía del cantante y su caída en las garras del alcoholismo. Creo que fue de las pocas, si no la única vez, que fui con mi tía al cine. Aquí un clipcito del inicio de esa telenovela:


A mi tía Olga le encantaba jugar cartas y con ella aprendí los rudimentos de ese arte, que luego compartí con mi hijo, con nuestres amigues, con mi sobrino, con mi nuera, con su hermano. "Como diría la tía Olga" sigue siendo una frase común cuando jugamos. Cuando estábamos con mi abuela, mis papás y mi hermano, jugábamos continental, que es el juego que ha sobrevivido en mi vida. Cuando estábamos ella y yo solas, y yo me escaqueaba de la alberca y el sol, me enseñaba a jugar canasta. Aunque me explicaba que es mejor entre 4 (así la jugaba ella con sus hermanas y amigas), para mí jugarla con ella era de los mejores momentos de mi vida: la tenía toda para mí.

En la casa de Cuernavaca, ella dormía en el cuarto de huéspedes, que estaba separado de la casa principal. Como tenía dos camas, supongo que matrimoniales, alguna vez me dejaron quedarme a dormir con ella. Fue maravilloso, pero nada común. Los azulejos del baño de ese cuarto eran del mismo color que las uñas de mi tía.

Y así me podría seguir infinitamente: hilvanando momentos con mi tía que fue mi refugio de cordura durante mi infancia y mi adolescencia y que aún hoy me conecta con un espacio seguro, de aceptación (y autoaceptación), de calidez, de confianza, de amor incondicional. No quiero ni imaginar lo que habría sido de mi y mi psique sin su presencia en mi vida. 

Los claveles eran su flor favorita (esa sí lo sé), pero no tengo ninguna imagen mía de claveles.

Así que, tía, te dejo este primer par de flores entre rosas y rojas del nopal navideño (o cactus de navidad) que me regaló doña Pina hace unos meses, en recuerdo y agradecimiento del inmenso amor que nos profesamos tú y yo y de los momentos que pasamos juntas. Ojalá hubieran sido más. Ojalá hubieras estado en mi boda. Ojalá hubieras conocido a mi hijo.

Ojalá hoy hayas encontrado un espacio de paz y felicidad libre de sufrimiento.

Te amo.



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