martes, 31 de mayo de 2022

.carta. .dulce.

Tomó el trozo de papel con las manos aún pegajosas por la cajeta que se había robado de la alacena secreta de su mamá. Necesitaba algo dulce después de la comida, sobre todo los días en que su madre no volvía del trabajo para comer con ella después de la escuela.

Sabía que a su mamá le gustaban las cosas limpias, pero no tenía tiempo de lavarse las manos antes de escribirle o dibujarle esta carta. Quería dársela en cuanto cruzara el umbral de la puerta de casa.

Entonces se dio cuenta que sus dedos habían dejado un rastro de huellas color café en algunos puntos del papel y decidió que el efecto sería mejor si completaba el camino. Así que se puso manos a la obra con los dedos de ambas manos, después de tocar con suavidad la superficie lustrosa del tarro de cajeta.

Dejó que sus dedos bailaran, corretearan y jugaran a las traes, incluso que se besaran sobre el papel. Y se sorprendió cuando empezó a surgir la imagen de una mariposa hecha de huellas digitales de azúcar y leche: Una mariposa con alas en forma de corazón que cantaba: Te quiero, te quiero mucho, mamá. Y que pedía: Quiéreme de vuelta tú también, mamá, aunque no me haya lavado las manos. Quiéreme de vuelta, aunque parezca más una polilla que una mariposa.


jueves, 26 de mayo de 2022

Amistad 25

Macu y yo nos conocimos hace 13 años, me dijo ella. Hace sentido. Santiago tendría unos 13 años de edad y llevaríamos unos 4 años de vivir en La Arboleda. No obstante, a mí me parece que Macu y yo nos conocemos hace mucho más tiempo.

Será por la afinidad inmediata y profunda y sutil que sucedió en ese primer encuentro en mi casa, adonde vino acompañada de su pareja, que era mi amiga. Era cerca de navidad o de reyes. Yo le tenía un regalo: una agenda con fotos de caballos. Resulta que los caballos son parte esencial de su vida. Yo no lo sabía.

La había escuchado cantar en alguna grabación que me compartió mi amiga, que era su pareja. Y en mi casa, cantó en vivo. Yo creo que traía su guitarra. (Creo que siempre trae su guitarra.) Fue conmovedor. Nació entonces una conexión que se extendería en el tiempo hasta hoy. Ninguna lo sabía.

La relación con la amiga que me presentó a Macu terminó unos años después, así como la que Macu tuvo con ella. Yo seguía escuchando los dos discos que tenía, compartiendo su música con mi hijo y usándola como base para ejercicios de escritura con mis alumnes de secundaria. Pero de ella no supe nada más, hasta que un buen día, hace casi 8 años, nos volvimos a encontrar en el centro de Cuernavaca, donde yo estuve trabajando como traductora en un evento que organizaba un nuevo y claro amor de Macu. Para ese momento, además, yo estaba terminando una relación romántica, de esas con Atlántico de por medio, cuya banda sonora original incluyó varias de sus canciones. No me acuerdo si en esa ocasión se lo conté. Probablemente fue después.

Tras ese encuentro, reconectamos sobre todo de modo virtual. Yo la seguía en diferentes medios (feisbuc, youtube, blogs, etc.) e intercambiábamos algún que otro comentario, sobre todo sobre sus canciones, las de siempre y las nuevas. Mi condición de fan se mantenía inquebrantable y el hilo tenue que nos unía, también.

Entonces llegó el 2019, cuando nadie se imaginaba que el mundo estaba a nada de cambiar tanto. Me fui a España a hacer una maestría en escritura creativa y seguía siguiendo a Macu. En plena pandemia, tuvo un concierto en línea pero en vivo, y yo la seguí entusiasmada. Chateamos, en vivo también, durante su presentación, sobre todo a propósito de una canción vieja a la que le había puesto música nueva y que me encantó.

Y cuando se empezaron a levantar las restricciones del coronaconfinamiento, quedamos en reunirnos en persona, ahora de su lado del charco. Nos tomamos unas cervezas. Y platicábamos. Nos dimos unos regalitos. Y platicábamos. Caminamos. Y platicábamos, poniéndonos al día de la vida y volviendo a visitar aquella relación, de amistad para mí/de pareja para ella, que tanto nos marcó en su momento, pero de la cual ambas habíamos logrado sanar.

Así se refrendó la conexión, cuyo eslabón más reciente ha tenido que ver con la publicación de su nuevo disco, "Tu nombre". Me emocionó formar de la campaña de mecenazgo que hizo realidad su sueño y asistir virtualmente al concierto en Madrid donde presentó el material. Y aunque llevo escuchando el disco digitalmente desde hace varios meses, la súper cereza del pastel llegó hace una semana: Un paquete postal (uno de mis mayores gustos en este mundo digitalizado), con mi nombre manuscrito, y una multitud de regalos, además del disco físico, que quedó preciosísimo. Escucharlo, a la antigua, en un aparato de sonido es lo más. 



¡Gracias, Macu, por tu música, tus canciones, tu cariño, tu cuidado, tu amistad!

(Nos queda pendiente una presentación en México, con más chelas y más plática.)



domingo, 22 de mayo de 2022

Venecia

Yo de Venecia recuerdo las sábanas húmedas del hotel. Y poco más. 

Recuerdo que más que hotel era una "locanda", italiano para "posada". Teníamos un cuarto solas, la amiga con la que viajaba y yo (ambas de 20 años, los míos casi recién cumplidos), y hasta ese momento acostumbradas a hostales con habitaciones compartidas. (En una de ellas, nos convencieron de aceptar a un "bambino" en el cuarto, que resultó ser el esposo más que adulto de una mujer americana; por fortuna, muy decentes los dos).

No recuerdo si mi amiga y yo compartíamos cama o cada quien tenía la suya. Recuerdo con total nitidez, como si mi piel lo volviera a sentir, cómo, al meternos entre las sábanas, se sentían mojadas. Como si hubieran tendido las camas con ropa que no se había terminado de secar. Me dio (nos dio, quizá) repelús; concluimos que se debía a la humedad de la ciudad, que se mete por todos lados. 

Recuerdo que compramos fruta para el desayuno y la comimos caminando por la calle, que ahorramos durante un par de días, por lo menos, para podernos comprar un helado que, desde cualquier perspectiva, transgredía nuestro presupuesto. Y lo logramos: cada una con un cono enorme y con dos bolas de sabores inimaginables. Y nos posamos en uno de los famosos puentes (¿el de los suspiros?) a disfrutar de nuestro premio, hasta que se acercó un hombre de aspecto intimidante y le dijo a mi amiga algo como "Poquitino gelato?", señalando su cono. Ella, estupefacta, le extendió el brazo. Él tomó el cono, le dio un par de lametones e intentó devolvérselo, pero ella no lo permitió. Entonces él se fue feliz, helado en mano. Y yo me quedé con el mío, sin poder seguir lamiéndolo. No recuerdo qué pasó después. Quizá compartimos el helado restante. Quizá mi amiga me dijo que así era la vida y me acabara el mío. Quizá. 

Y ahí terminan los recuerdos de Venecia. Destellos de la Plaza de San Marcos. Destellos de góndolas. Ninguna otra imagen clara. Y queda esta foto de alguno de los canales, que conservo enmarcada y colgada en el comedor de mi casa, producto de la vieja Kodak Retinette de mi papá y con el efecto ojo de pescado de mi camarita rosa actual:




lunes, 16 de mayo de 2022

De exageraciones, eclipses y Shakyamuni

Anoche me iba a la cama, tras ver el antepenúltimo capítulo de This Is Us (y llorar, claro). Volví al estudio por un cojín y un brillo rojo se me quedó en el rabillo del ojo. Entonces dirigí mi mirada y mi atención a la ventana. Y ahí estaba: una esfera roja sombreada, en medio del cielo anochecido. Recordé que por estos días habría eclipse. Y ahí estaba: la luna saliendo de la sombra que la tierra proyectó sobre ella, en modo "luna de sangre". En modo luna llena recordando/celebrando el nacimiento, la iluminación y el parinirvana de Buda Shakyamuni.

Y fui entonces, cómo no, por la camarita rosa. No tiene un gran alcance para las grandes distancias, pero se defiende. Y por ahí podrían decir que de pronto exagera (2. tr. Decirrepresentar o hacer algo traspasando los límites de lo verdaderonaturalordinario, justo o conveniente.) porque la sangre que fotografió se ve más roja de lo que yo la veía anoche:




O quizás, no. Ya no lo sé. Eso sí, lo que más me impresiona de la luna de sangre es poder percibir con total claridad que nuestro satélite es, en efecto, un cuerpo con volumen y con tres dimensiones que flota en el espacio. Casi increíble. Como el camino que Sidarta Gautama recorrió hasta encontrarse con su propia naturaleza ahí donde estaba, dentro de sí, y que luego, con total gentileza, compartió con nosotros, para que lo podamos recorrer también. ¡Gracias, Buda!


martes, 10 de mayo de 2022

Mother's Day

 


Hace unos días, iba yo de salida del condominio a encontrarme con mi hijo cuando divisé a estos dos seres a la orilla de la alberca. Una zanata seguro, la figura parda y esbelta de la derecha y, con sorpresa y gusto, me di cuenta de que a su lado, la figura rechoncha y despistada, estaba su polluelo. Y, claro, de inmediato saqué mi camarita rosa. En la imagen que ella recogió, parece que ambos miran, como a la espera de algo, de alguien. En la escena en vivo, el polluelo se movía torpemente y la madre parecía ayudarlo a  pararse sobre sus dos patas y a orientarse en el mundo

Y eso nos toca como mamás. Ayudar a los hijos a pararse sobre sus dos pies, orientarse,  y luego, emprender el vuelo. Como hicieron con nosotras, más o menos. En el camino de acompañar, yo por lo menos me he perdido varias veces y me he encontrado tantas otras. Maternar ha sido la tarea más desafiante a la que me he enfrentado en toda mi vida y, aun con dudas, hoy reconozco que lo he hecho suficientemente bien (como diría Winnicott), a pesar de que mi modelo de maternaje tuvo muchas carencias, fruto de la orfandad temprana de mi propia madre.

Ver a la zanata con su polluelo me conmovió. Y recordé cómo las enseñanzas budistas suelen aludir al amor materno como ejemplo de amor incondicional. Quizá no siempre lo sea tal cual, pero sin duda es una de las vías que nos han traído a la vida. Y para mí, ha sido, además, una vía para sanar mis propias heridas.

Así que hoy me celebro, y celebro a mi mamá, y celebro a mi hijo y nos celebros a todos los seres que, a lo largo de vida incontables, hemos sido madres e hijos e hijas, unas de otros.


sábado, 7 de mayo de 2022

Invitada: Pema Chödrön

 

El movimiento natural de la vida

La fuente de nuestra desazón es el anhelo inalcanzable de una certeza y una seguridad duraderas, de algo sólido a lo cual aferrarnos. Inconscientemente, creemos que si tan solo pudiéramos obtener el trabajo adecuado, la pareja adecuada, ese algo adecuado, nuestras vidas irían sobre ruedas. Cuando sucede cualquier cosa inesperada o que no nos gusta, pensamos que algo ha salido mal. Creo que esto no es una exageración de dónde nos encontramos. Incluso al nivel más mundano, nos sentimos tan fácilmente provocados: alguien se nos cuela adelante, tenemos alergias estacionales, nuestro restorán favorito está cerrado cuando llegamos a cenar. Nunca se nos alienta a experimentar el ir y venir de nuestros estados de ánimo, de nuestra salud, del clima, de los eventos externos —agradables y desagradables— en su plenitud. En cambio, permanecemos atrapados en un compás de espera, temeroso y angosto, para evitar cualquier dolor y continuamente buscar comodidad. Este es el dilema universal. 




Fragmento tomado de este libro
Traducción al español del fragmento e imagen, mías.

jueves, 5 de mayo de 2022

De Celeste y mis papás

 















Hoy mis papás cumplirían 60 años de casados (aquí los celebraba hace 9 años, con fotos y todo). Y yo hace un mes cumplía 59 años de vida, pero fue un cumpleaños raro, marcado por una pérdida, y como que se me quedó de algún modo pendiente. Había pensado en hablar de Celeste, cuya foto aparece aquí al lado y contar cómo ella fue mi regalo cuando cumplí 20, allá por 1993. Sí, hace 39 años. (cómo se pasa la vida, que dicen por ahí.) Y entonces lo cuento hoy, a mis 59 años y un mes.

Celeste era la esposa de Babar, protagonista de una serie de cuentos franceses que fueron muy populares el siglo pasado y que, de hecho, a principios de este seguían por ahí en forma de serie televisiva. Mi mamá tenía 2 libros (creo) con las aventuras del elefante, desde la muerte de su mamá a manos de un cazados, hasta su paso por París, donde lo adopta una anciana, y su vuelta a la selva para convertirse en rey. Yo creo que eran las ediciones originales que ella tuvo de niña. Estaban en francés, eran enormes, de tapas de tela de color (quizá rojo uno y verde o azul el otro) ya un poco raído, y con unas ilustraciones preciosas. Mi mamá nos los leía a mí y a mi hermano. Yo amaba a Babar y a Celeste. Y amaba que mi mamá nos los leyera.

Años después, estuve de visita en París, justo antes de mi cumpleaños con mi entonces amiga Jessica. Un día vagábamos por alguna parte de la ciudad cuando yo descubrí a Celeste en un aparador. Supongo que me enamoré de inmediato, pero seguramente adquirirla hubiera significado un atentado a mi presupuesto. Entonces, de vuelta a la casa donde nos hospedábamos (no sé si ese mismo día u otro), Jessica se bajó del metro de improviso en el entonces llamado Forum des Halles y me dijo que me veía más tarde donde Olga y Guy (nuestros anfitriones). Yo me saqué de onda, pero no tuve chance de preguntar nada. Cuando regresó, evadió cualquier pregunta sobre su escapada.
 
No me enteraría yo de lo sucedido, hasta después de nuestra llegada a Ámsterdam (nuestro siguiente destino) donde cumplí los mentados 2o años. Habíamos conseguido un cuartito minúsculo hasta arriba de una pensión (había que subir miles de escalones, todo un desafío con maletas a cuestas). Era una especie de buhardilla, de techo de dos aguas muy bajo, y 2 camas individuales con una mesita y una lámpara entre ellas. Allí, mientras yo iba al baño que estaba uno o dos pisos más abjo, mi amiga puso unas decoraciones cumpleañeras (me parece que hechas con papel de baño) y me esperó con un paquete envuelto, ya no me acuerdo cómo. Cuando lo abrí, me encontré con Celeste y fui muy muy feliz. Entonces Jessica me contó que la búsqueda del regalo fue lo que había motivado su salida intempestiva del metro y que cuando había estado ya a punto de darse por vencida porque no encontraba la tienda donde la habíamos visto, se topó con Celeste. Lo que es capaz de hacer una amiga por otra.

La elefantita me acompañó el resto de ese viaje y ha seguido conmigo hasta el día de hoy. Cómo hay cosas que duran más de lo esperado, mientras que otras se acaban sin que sepamos por qué. Tengo la impresión de que la piel de Celeste era más gris de lo que se ve ahora y que perdió algo de color en una visita a la tintorería. Pero salvo ese detalle, se ha conservado muy bien. Ahora vive en una mesa escritorio color verde brillante en mi cuarto, acompañada por 2 Salustias, otras muñecas de trapo aún más antiguas (esas deben haber superado ya los 5o años).

Y bueno, hoy mis papás cumplirían 60 años de casados y los festejo indirectamente, que si no se hubieran casado, ni yo ni Celeste ni las Salustias andaríamos por estos lares.