Principios de marzo apenas, y parece que el verano se adelantó. Una primavera caliente en Cuernavaca, que se empieza a llenar de jacarandas florecidas. Dicen que en la Ciudad de México ya están radiantes. Acá son más tímidas. Parece. Pero todos los días que salgo me encuentro un árbol morado más o flores que las hormigas ávidas se llevan a su casa (yo digo que para alimentar a su reina o para hacerla una cama) u otras que como navecitas flotan en la alberca o hacen un tapete sobre el pasto verde.
Principios de marzo y bienvenimos a la Serpiente de Madera. Me acuerdo de Khenpo Rinpoché, el guru de gurus, mi maestro abuelo, a quien le celebrábamos su cumpleaños el primer día del mes. El año pasado fue el último. Sus 90. En junio entró en parinirvana. Lo pienso tanto y lo extraño tanto. Y la planta rosario, que compré el día que supe que había muerto, no para de florear. En la noche, llena mi balcón de pompones de luz.
Casi mediados de marzo y hay cumpleaños que antes celebraba y hoy ya no. Los sigo recordando y escuece un poco el recuerdo. Quizás puedo solo mandar buena vibra y soltar. Soltar como dijo Rinpoché en su mensaje de Losar. Soltar y empezar de nuevo, con frescura.
Casi mediados de marzo y trabajo con mi mente. Todo el tiempo. Lo intento. Veo cómo me sigo tomando las cosas, algunas cosas, de forma personal y veo cómo puedo dejar de hacerlo. Empezar a dejar de hacerlo. Sin juzgarme ni a los demás. Con paciencia y tolerancia. Hacia mí misma. Hacia los demás. Qué difícil a veces. Qué gozoso otras.
Principios de marzo y hay cumpleaños que antes no celebraba y que ahora celebro. Mucho. Otros que ya celebraba y que sigo celebrando. Qué fortuna.
Casi mediados de marzo y los flor de mayo empiezan a florear: los de flores rosas alrededor de mi casa, con ese perfume intoxicante, dulcísimo, indescriptible. Entre los cables afuera de casa de una amiga, los blancos. No alcanzo a olerlos, pero imagino el aroma. Y me acuerdo de mi abuela Rosa y de mi tío Jean.
Y la primavera aún no llega. El calendario dice que faltan aún varios días. Pero a los pájaros no les importa y cantan como si ya estuviera aquí. Y a veces creo que hay uno en mi balcón y es el timbre del teléfono de una amiga. Pero uno sí que se paró instantáneamente entre mis macetas y luego voló.
Casi mediados de marzo y los pájaros que hace 3 años descubrimos Santiago y yo dormidos en las hojas de la palma a la entrada al edificio, a la altura de nuestra puerta, han vuelto. Y no se inmutan ni con el flash con el que les disparé sin querer. Han encontrado un lugar seguro donde dormir.
Qué afortunados.
Principios de marzo y la piedra sigue floreciendo. De a dos. De a una. Constante. Generosa. Brillante.