lunes, 28 de julio de 2025

Historia de una muñeca


Pipipa Punk llegó a mi casa en septiembre de 2023, el año que llegué yo al sexto piso, que cumplí los 60, pues. Fue el regalo de cumpleaños de Santiago que escogimos casi 5 meses después del hecho, mientras caminábamos con Yare en la Feria de Tlaltenango. Ahí estaba, en un puesto pasajero y lluvioso, entre sus hermanas, otras 2 o 3  muñecas, pero lo nuestro fue amor a primera vista. Era el regalo perfecto para el inicio de mi séptima década en el mundo.


Acá está recién llegada a casa hace casi 2 años. Encontró su lugar en el mueble del comedor, que hay quienes llaman trinchador, entre violetas y fotos y otras plantas y tazas y platitos. El nombre le viene en honor a la hermana de mi abuela María Luisa, la mamá de mi papá. Era mi tía abuela, se llamaba Josefina, le decían Pipipa y yo la conocí en Avilés, allá por 1980. Debe haber muerto algunos años después. Yo no la volví a ver. Lo de Punk le viene porque sí, por su apariencia y porque también empieza con "p".

Después de un tiempo Pipipa enfermó. Un buen día, noté que su nariz estaba agujereada. Pensé que se trataba de una herida asestada por mi gata en alguna incursión ilegal sobre el trinchador. Dado el look de la muñeca, pensé que remendarle la nariz con hilo y aguja le daría incluso un toque más interesante. Así lo hice, pero al poco tiempo, advertí que su falda negra se llenaba de polvito blanco. Pensé que venía de la pared, sin ninguna evidencia, pero una suele pensar lo que quiere pensar. Cuando Alba limpiaba el mueble, limpiaba el polvo, pero este volvía cada vez en mayores volúmenes.

Entonces descifré la cuestión: Se le estaba saliendo el relleno de la nariz, los brazos y las piernas: arroz que se había llenado de bichos que se comían a la pobre Pipipa de adentro para afuera, agujereando la tela de sus extremidades. Oh tristeza. Cómo podía ayudarla, me pregunté. Dejándola en su sitio, limpiándola, queriéndola y llevándola adonde la habíamos comprado para ver cómo podrían arreglarla. Remendarla no tenía ningún caso, pues consistía en tratar de componer desde afuera un problema interno. 

Llegó la Feria de Tlaltenango nuevamente y yo me lancé con Pipipa en una bolsa para ver qué se podía hacer. Tristemente ese año no se puso el puesto donde la había comprado. Reconocí la mercancía en el puesto de la señora que cada año viene de Cuetzalan (¿doña Carmen, quizás?) a quien le habían dejado encargadas cosas, pero nada más. Volví a casa con Pipipa que volvió a su mueble.

No quedaba más que lanzarme a Tepoz, a la tienda, La Cucaracha, de la gente del puesto, adonde Santiago ya había ido por una playera. No quería ira sola y no se armaba el plan para ir acompañada. Y así se fue postergando la ida. Un día, descubrí que Pipipa no solo expulsaba polvo blanco, sino que de sus brazos y piernas se asomaban gusanos o larvas o algo parecido. Así escrito se oye peor de lo que era, aunque en realidad, sí resultaba bastante impresionante. No me atrevía ni a moverla y deshacerme de ella era impensable.

La situación se volvía insostenible. Sí o sí tenía que llevarla a Tepoz. Finalmente, hice plan con una amiga y nos lanzamos al mágico y tristemente gentrificado pueblo. Caminamos y caminamos y caminamos, casi hasta donde empieza la subida al Tepozteco y, por fin, dimos con la tienda, donde identificamos de inmediato otras muñecas parecidas a la mía, pero ninguna tan bonita. 

Resulta que el negocio pertenece a 3 hermanas, cada una de las cuales diseña y produce diferentes productos. La creadora de las Pipipas (a las cuales creo que llama Jackies) no estaba, pero otra de ellas (se turnan los fines de semana para venir a Tepoz desde la CDMX), me dijo que le dejara la muñeca y que me daría el número de su creadora para que la contactara directamente. Debe ser especial, pensé, mientras mi amiga me insistía en que me llevara otra de las que tenían en exhibición, que era la otra oferta que me hacían. Pero expliqué que no, que Pipipa era Pipipa, que era mi muñeca y que lo que quería eran que me la arreglaran o nada. No la iba a sustituir así como así. También me informaron que nunca habían tenido ese problema. Claro, pensé, si esto le ha llegado a pasar a otra gente, la muñeca seguro acabó en la basura, pero no lo dije, solo insistí en mi petición.

Y para no hacer el cuento tan largo, para cuando me comuniqué con la mamá de mi Pipipa, me dijo que la muñeca ya estaba curada: con nariz, faldita, piernas y brazos nuevos y que podía ir a recogerla a la tienda a partir del siguiente fin de semana. Pues ni tan especial: parecía que le había hecho ilusión mi cariño por su creación. 

Hoy mi Pipipa renovada vuelve a estar en su lugar en el comedor de mi casa, como si nada y como si todo. Cuando regresó, busqué otros sitios donde ponerla, pero en ninguna se sentía bien, hasta que volvió a su nicho original. Hela aquí de paso por mi cama:



Y de pilón, está canción de los geniales 31 Minutos, que me vino a la mente cuando escribía sobre Pipipa:



miércoles, 23 de julio de 2025

Sin título 6 (la serie continúa)


Cada vez que florece esta violeta, te pienso. Aun fugazmente. Con tristeza aún. Las pérdidas duelen toda la vida. Parece. Aunque a veces menos.


Anoche descubrí que la flor medio abierta, junto con los botones que la acompañaban, se había vencido antes de abrir del todo. Le falta agua, pensé, y rauda y veloz, la regué. Igual todavía sea tiempo de salvarla. Antes de dormirme, la flor seguía igual. Quizá para la mañana se haya repuesto, pensé. Nada. Amaneció doblada, aunque la planta se ve bien.

De inmediato pensé que sería un mal presagio. De algo. No sé de qué. Nunca había visto una flor de violeta doblarse antes de abrir. El amor se acabó hace mucho. Y así es la vida. Una flor vencida no es más que una flor vencida. 
Aunque yo te recuerde al verla.
(Si revive, volveré a contarlo.)

domingo, 20 de julio de 2025

Invitado: Dzigar Kongtrul Rinpoché


Si alguien te provoca y te ofendes y estás a punto de desquitarte y decir algo hiriente, puedes hacer una pausa y detenerte, si has hecho algún análisis sobre la vacuidad del yo y tienes siquiera una duda de que las cosas no sean completamente como aparecen. Si has examinado la existencia del yo, podrías concluir que las enseñanzas del Buda son correctas: que no hay un yo, y quizás estés solo aferrándote a un yo en lugar de que un yo esté verdaderamente ahí.

Podrías concluir que el yo es una proyección, lokshé, algo que no se encuentra al analizar. Tan solo la mínima duda en tu manera habitual de aferrarte al yo y cuestionar que el yo no existe hace mucho más fácil soltar y puede evitar que una situación volátil se deteriore más. Puede hacer más fácil que evites reaccionar con violencia y agresión. Puede, en cambio, hacerte optar por actuar con gentileza hacia el mundo en general. Solo se requiere que reflexiones sobre ti misme con inteligencia. Se requiere algo de pausa. Esa pausa es necesaria. Esa pausa evita que sigas tu reactividad habitual de siempre.


claroscuro matutino














Original en inglés y fuente, aquí.
Traducción al español e imagen, mías.

miércoles, 16 de julio de 2025

Vulnerabilidad 9


En la cola para pedir tu reincorporación al sistema y sacar tu credencial del INE, después de veintitantos años, la señora que viene atrás te piropea: "¡Qué bonito su pelo!" o algo así. Entonces comienzan a hablar de las canas y cómo le gustan a ella, aunque aún no le salen bien y entonces se las pinta. Siempre se te ha dado hacer amistades efímeras en las colas de trámites (¿herencia de tu mamá?). Tu hijo, dos lugares adelante de ti, permanece callado y casi inmóvil en la espera, aunque está pendiente, parece, de tu plática.

La señora en cuestión viene sin cita a ver si logra sacar su credencial. La suya se la quedó, por error, su hija y parece que vive lejos. Ella la necesita para hacer trámites, sobre todo ahora que su marido murió. Hace apenas una semana. Le dices que lo sientes. Te agradece y siguen hablando del agobio que produce la burocracia. Solo armándose de paciencia señala ella. Cuanto terminas tu trámite, sorprendentemente rápido, intentas despedirte, pero ella está muy enfrascada con el suyo y solo le deseas, de lejos sin que lo sepa, buena suerte.

Llevas semanas, sí probablemente varias, sintiéndote, otra vez, vulnerable, como tantas otras veces (12345678) lo has documentado en este blog. Debe haber muchas más sin la etiqueta tal cual. Es la condición humana, ¿no?, aunque no siempre nos guste verlo.

Te dan ganas de llorar mucho más seguido que de costumbre. Y el corazón se te acelera a la menor provocación. Hasta te compraste un baumanómetro para checarte la presión, que está bien, crees, pero el pulso, acelerado. Sí. Piensas en quienes no están y en quienes podrían no estar. Te da miedo. Te cuestionas las decisiones que has tomado en la vida y te horrorizas de pensar en los trámites pendientes: desde al acta de nacimiento que debes corregir allá en Arcos de Belén en la ciudad que sigues llamando DF, en la oficina que en tu mente toma la forma de uno de los círculos del infierno de Dante. Ojalá te equivoques. Hasta los aún inimaginables pasos y diligencias que te llevarán, con suerte, a una mínima pensión por tus años de servicio cotizados.

Le escribes a tu amiga con cáncer que quizá no sea tan tu amiga. No te responde. Te preparas, sin ganas, para el verano de estudios budistas avanzados. Te desmotivan las actitudes de los maestros y de algunos colegas. Te preguntas si no sería mejor abandonar de una vez. Prueba a ver cómo empieza la cosa, sugiere tu hijo. Tiene razón, piensas. Lo harás y luego a ver qué.

Tu hijo, más atento y más amoroso, como en sintonía con tu necesidad acrecentada de momento. Lo agradeces, mucho, y le agradeces. No quieres abrumarlo, pero a veces aún lloras cuando se marcha de casa, aunque ya no viva allí, y le mandas buenas vibras a medida que sube la cuesta que conduce a la salida de La Arboleda. Se te reactivan, lo sabes de sobra, los miedos ancestrales: al abandono, a la distancia, a la separación, al rechazo. Ni modo. A seguir lidiando con ellos. Hacerte su amiga sería una mejor opción. 

A muy pocos les gustan tus fotos en instagram. O simplemente será que muy pocos las ven o se fijan. Igual has vuelto a subir alguna. Has vuelto a escribir en el blog. 

Por suerte hoy tuviste sesión con A, tu paciente favorita. Parece que la cosa funciona de ida y vuelta: te sientes mejor después de atenderla y ella se siente mejor después de la sesión. Con todo y el sol en la cara. Las gaviotas surcando el cielo y la abeja más grande que haya visto rozándole la cara. Cómo le sale lo europeo en esos instantes: el horror a los bichos. Será por falta de convivencia, como si de extraterrestres se tratara.

Hace dos días te encontraste con este pajarito al pasear de tarde.
Durante un instante, se conectaron sus miradas y luego emprendió el vuelo:





miércoles, 2 de julio de 2025

Versiones

microrrelatos al estilo de las "Versiones" de Ana María Shua en su Casa de geishas


Sapo y princesa 1

Cuando la princesa acerca sus labios a la frente del sapo, este huye presuroso del potencial beso. Le horroriza la posibilidad de perder la fisonomía que asegurará su puesto como rey del charco. 

*

Sapo y princesa 2

La princesa se dispone a besar el sapo, arrastrada por quién sabe qué suerte de zoofilia aprendida. Entonces la voz de la reina se convierte en la mano que de un zape hace volar al batracio de regreso al agua. Cuando la princesa interroga a su madre con los ojos, la soberana explica: "Se parecía demasiado a tu padre".

*

Sapo y princesa 3

Cansado de que cuanta joven con tiara y traje largo bordado con lentejuelas intente plantarle el mentado ósculo de la profecía sin ningún resultado, el sapo decide cambiarse de estanque y empezar a besar muchachas jóvenes sin tiara ni lentejuelas. Quizá alguna se convierta en la rana de sus sueños.