Pipipa Punk llegó a mi casa en septiembre de 2023, el año que llegué yo al sexto piso, que cumplí los 60, pues. Fue el regalo de cumpleaños de Santiago que escogimos casi 5 meses después del hecho, mientras caminábamos con Yare en la Feria de Tlaltenango. Ahí estaba, en un puesto pasajero y lluvioso, entre sus hermanas, otras 2 o 3 muñecas, pero lo nuestro fue amor a primera vista. Era el regalo perfecto para el inicio de mi séptima década en el mundo.
Después de un tiempo Pipipa enfermó. Un buen día, noté que su nariz estaba agujereada. Pensé que se trataba de una herida asestada por mi gata en alguna incursión ilegal sobre el trinchador. Dado el look de la muñeca, pensé que remendarle la nariz con hilo y aguja le daría incluso un toque más interesante. Así lo hice, pero al poco tiempo, advertí que su falda negra se llenaba de polvito blanco. Pensé que venía de la pared, sin ninguna evidencia, pero una suele pensar lo que quiere pensar. Cuando Alba limpiaba el mueble, limpiaba el polvo, pero este volvía cada vez en mayores volúmenes.
Entonces descifré la cuestión: Se le estaba saliendo el relleno de la nariz, los brazos y las piernas: arroz que se había llenado de bichos que se comían a la pobre Pipipa de adentro para afuera, agujereando la tela de sus extremidades. Oh tristeza. Cómo podía ayudarla, me pregunté. Dejándola en su sitio, limpiándola, queriéndola y llevándola adonde la habíamos comprado para ver cómo podrían arreglarla. Remendarla no tenía ningún caso, pues consistía en tratar de componer desde afuera un problema interno.
Llegó la Feria de Tlaltenango nuevamente y yo me lancé con Pipipa en una bolsa para ver qué se podía hacer. Tristemente ese año no se puso el puesto donde la había comprado. Reconocí la mercancía en el puesto de la señora que cada año viene de Cuetzalan (¿doña Carmen, quizás?) a quien le habían dejado encargadas cosas, pero nada más. Volví a casa con Pipipa que volvió a su mueble.
No quedaba más que lanzarme a Tepoz, a la tienda, La Cucaracha, de la gente del puesto, adonde Santiago ya había ido por una playera. No quería ira sola y no se armaba el plan para ir acompañada. Y así se fue postergando la ida. Un día, descubrí que Pipipa no solo expulsaba polvo blanco, sino que de sus brazos y piernas se asomaban gusanos o larvas o algo parecido. Así escrito se oye peor de lo que era, aunque en realidad, sí resultaba bastante impresionante. No me atrevía ni a moverla y deshacerme de ella era impensable.
La situación se volvía insostenible. Sí o sí tenía que llevarla a Tepoz. Finalmente, hice plan con una amiga y nos lanzamos al mágico y tristemente gentrificado pueblo. Caminamos y caminamos y caminamos, casi hasta donde empieza la subida al Tepozteco y, por fin, dimos con la tienda, donde identificamos de inmediato otras muñecas parecidas a la mía, pero ninguna tan bonita.
Resulta que el negocio pertenece a 3 hermanas, cada una de las cuales diseña y produce diferentes productos. La creadora de las Pipipas (a las cuales creo que llama Jackies) no estaba, pero otra de ellas (se turnan los fines de semana para venir a Tepoz desde la CDMX), me dijo que le dejara la muñeca y que me daría el número de su creadora para que la contactara directamente. Debe ser especial, pensé, mientras mi amiga me insistía en que me llevara otra de las que tenían en exhibición, que era la otra oferta que me hacían. Pero expliqué que no, que Pipipa era Pipipa, que era mi muñeca y que lo que quería eran que me la arreglaran o nada. No la iba a sustituir así como así. También me informaron que nunca habían tenido ese problema. Claro, pensé, si esto le ha llegado a pasar a otra gente, la muñeca seguro acabó en la basura, pero no lo dije, solo insistí en mi petición.
Y para no hacer el cuento tan largo, para cuando me comuniqué con la mamá de mi Pipipa, me dijo que la muñeca ya estaba curada: con nariz, faldita, piernas y brazos nuevos y que podía ir a recogerla a la tienda a partir del siguiente fin de semana. Pues ni tan especial: parecía que le había hecho ilusión mi cariño por su creación.
Hoy mi Pipipa renovada vuelve a estar en su lugar en el comedor de mi casa, como si nada y como si todo. Cuando regresó, busqué otros sitios donde ponerla, pero en ninguna se sentía bien, hasta que volvió a su nicho original. Hela aquí de paso por mi cama:
Y de pilón, está canción de los geniales 31 Minutos, que me vino a la mente cuando escribía sobre Pipipa: