Pues resulta que este proceso de entender cómo confío, y cómo no, no ha terminado. De pronto encuentro otras piezas del rompecabezas en este proceso de reinventarme a mí misma, del que hablaba la primera vez que hablé de confiar, hace casi justo seis meses.
Ayer, platicando con mi amiga Ángeles, después de ver la más reciente peli de Pixar Intensa-mente (o como la tradujeron en España, Del revés, más apegado al título original, sí, pero menos sugerente, me parece) me cayeron algunos veintes más. Por un lado, empiezo a ver cómo pido demasiado (por lo menos desde mi expectativa muy personal) y, por otro, cómo me conformo con muy poco. Y durante la charla, se me vino a la mente una imagen muy clara. Hay un juego, dizque para conectarse con la confianza, que consiste en pararse delante de una persona, en la cual uno confía, claro, y dejarse caer hacia atrás con la certeza de que habrá un par de brazos para recibirnos. No es algo que a mí particularmente me guste practicar y, cuando lo he hecho, acabo dando un paso en reversa yo misma, por si las dudas. Pero lo cierto es que sí soy capaz de jugar a lo mismo en el ámbito emocional y no dudo en dejarme caer, con la esperanza de que esos brazos efectivamente me recojan. Y, bueno, la última vez que lo hice, acabé hecha trizas en el piso pues los brazos (y el resto de la persona en cuestión, por supuesto) simple y sencillamente habían decidido abandonar el puesto.
Hoy confío en que la próxima vez, y con los aprendizajes forzosos de los últimos tiempos, elija mejor a quien se pone a mis espaldas, o más bien, no necesite jugar el juego, sino construir una relación desde un lugar diferente. Mientras tanto, es un alivio que, de pronto y sin pensarlo, me pueda encontrar con el Popo, en una tarde cualquiera de agosto, iluminado por el sol de la tarde:
desde cuernavaca a la salida del cine |
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