miércoles, 4 de marzo de 2020

Adiós, Ñaña


Foto amorosa de Yare
(Gracias)
La Ñaña, Ñañis, Ñañus, Ñañita, Doctora, Marre llegó a nuestras vidas hace como 10 años, cuando ella tenía alrededor de 10 u 11 años de edad. Se llamaba Araña, pero para nosotros fue Ñaña desde el principio. Nos la dio Elena, la mamá de Emilia, la hermana mayor de Santiago. Bueno, más bien nos pidieron que si podíamos tenerla en casa porque Elena se mudaría a un lugar adonde no la podía llevar. Santiago y yo aceptamos. Sí que habíamos tenido dos gatos antes: Frijol, cuando Santiago era muy chico. Era un gato negro también que nos regalaron porque teníamos un ratón en casa y lo queríamos ahuyentar. (El ratón acabó comiéndose la comida del Frijol y el pobre Frijol se perdió cuando nos mudamos de casa.) Después, cuando Santiago y yo hicimos nuestro hogar en Ocotepec, llegó Nube, un bebé medio de angora que había nacido ahí donde vivíamos. Lo adoptamos. Recuerdo cuando lo bañamos por primera vez y luego cómo se subía a los mosquiteros y escalaba con gran intrepidez. Cuando nos mudamos a nuestro departamento actual, Nube no pudo venir porque, en principio, se suponía que no se aceptaban mascotas en el condominio. Ya para cuando llegó la Ñaña esa regla se había roto.

Recuerdo cómo los primeros días se escondía detrás de un sofá y salía a comer cuando no estábamos cerca. Y también recuerdo que esa etapa pasó rápido y se hizo un hueco en casa como si hubiera estado ahí toda la vida. Como a los dos días, yo hablé en la escuela donde trabajaba de "mi" gata y una amiga me dijo que ya me había enamorado. Aunque era una gata de jardín, en casa se volvió una gata de interior. Primero, para que no se perdiera (aún no era nuestra) y segundo, porque se hizo muy bien a la vida del departamento. (Parece que había tenido ya su buena dosis de paseos y de cacerías e incluso de hijos antes de llegar con nosotros.)

El amor entre la Ñaña y Santiago fue de esos a primera vista. Se hicieron uña y mugre y ella empezó a dormir en la cama de él, a acompañarlo, y ayudarle con el dolor por la pérdida de su papá. Cuando un año más tarde, Elena, que había seguido comprando el alimento y la arena para la Ñañis, dijo que ya se la podía llevar, yo le dije que sobre mi cadáver. Bueno, no exactamente, pero le dije que estábamos súper encariñados con ella y que Santiago había hecho una relación muy cercana con la gatita. Entonces pasó a ser "nuestra" oficialmente. Parte de nuestra minúscula familia.

Al principio no era muy sociable. Se solía esconder y solo salía con algunas personas. Una amiga mía, a quien quiso mucho, decía que parecía una panterita. Le gustaba León, un amigo de Santiago desde la secundaria, la época en la que llegó la Ñaña. Con el tiempo y la edad, se fue haciendo mucho más amiguera. Más incluso que su némesis, la Khandro.

Se suponía que la segunda gata que llegó a la casa, proveniente de Chimal cuando Santiago andaba de viaje en Europa, era para hacernos compañía a la Ñaña y a mí. Después del periodo de adaptación, en que la Ñaña mostraba su disgusto por la presencia de la nueva gatita, pasaron como dos días en que incluso dormían juntas y se limpiaban la una a la otra. Pero la Khandro creció y creció y creció y se hizo enorme y, entre el tamaño y la juventud, se volvió bastante abusiva, aunque quizá solo quería jugar y la Ñaña ya estaba muy grande. Igual creo que la habrá acompañado, en especial cuando nosotros no estábamos en casa.

Cuando Yare, la novia de Santiago, llegó a nuestras vidas fue la Ñaña quien la adoptó primero, haciéndole saber que era más que bienvenida en casa. (A la Khandro le costó más tiempo pero finalmente se enamoró también...) Fue Yare quien le empezó a decir la Marre. Su segundo amor a primera vista fue Josmar, el hermano de Yare, gracias a quien la Ñaña tuvo como un renacimiento: Volvió a salir de mi cuarto, donde pasaba mucho tiempo sobre la caja de la aspiradora, y a estar entusiasta y animada y a recuperar espacios que le había cedido a la Khandro. Me cuentan que cuando empezó el transcurso de sus últimos días, se la pasaba dormida en la cama de Josmar.

Cuando me despedí de ella antes de venirme a Madrid, tuve la sensación de que no la iba a volver a ver en persona. Y es la distancia, quizá, la que hace su partida más triste para mí. Sin embargo, sé que tuvo una buena vida, que hizo la nuestra mucho mejor el tiempo que pasó con nosotros, que pasó sus últimos días rodeada de amor y cuidados, y que se fue tranquila a seguir su camino.

Aspiro, Ñañita, a que tu tránsito sea apacible y luminoso y puedas sobreponerte a cualquier obstáculo. Que tengas un buen renacimiento y que puedas seguir cerca de las enseñanzas del Buda, como lo hiciste en esta vida. Que alcances la iluminación.

Te quiero.

Y sé que la vida sigue y que vida y muerte no son sino meros instantes que nos sorprenden en cualquier momento, como estos brotes de hojas que me salieron al paso hoy en la calle de Bravo Murillo mientras paseaba pensando en mi Ñaña:















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