En realidad hay varios retratos gatunos en mi blog, pero este es el segundo con el mismo título. El primero está acá y es de hace casi 5 años, un año después de que la Khandro llegara a mi casa. Este año cumplirá, pues, seis (de edad y de estar aquí) y uno de ser gata única (sí, ya hace casi 365 que murió la Ñaña, poquito antes del confinamiento, cuando yo andaba en Madrid).
Recorriendo el blog en busca de los retratos gatunos anteriores, me encontré un texto más o menos largo sobre los pros y contras que sopesé antes de adoptar a la Khandro de 2 meses. Hoy lo volvería a hacer. Rápidamente se convirtió en una compañera tan cariñosa como divertida, tan simpática como mal portada. Durante los meses que pasé en España, no se me quitó la sensación de que, de pronto, pasaba corriendo de aquí para allá, aunque cada vez tenía que recordar que en las casas en que me recibieron no había gatos.
La Khandro ya no es la chiquitura que era, pero sigue siendo súper fotogénica y le gusta que le saquen fotos. (O eso me parece a mí.) Y a mí me encanta buscarle ángulos nuevos. Y ahora su compañía será, de nueva cuenta, apreciadísima y sanadora (como lo fue cuando llegó) frente a la nueva partida de Santiago (la 6a si no me equivoco, aunque prefiero no volver a hacer cuentas).
Aquí en una de las fotografías más recientes que le he tomado, en una suerte de retrato fragmento, que en modo pedante, podría llamarse
sinécdoque gatuna: la nariz por el gato.
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