jueves, 25 de enero de 2024

Historia de las chanclas rojas


Una amiga me contó una historia buenísima que ella protagonizó hace varias décadas. Con su permiso, la cuento yo aquí en mis palabras, intentando conservar el espíritu de ella:

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Hace muchos años, cuando mis hijos eran chicos, teníamos unos amigos (quizás fueran también vecinos) con los que convivíamos en familia e incluso viajábamos: los dos papás, las dos mamás y los niños. Una vez, nos estábamos preparando para irnos todos al mar. La otra mamá y yo comentamos que no teníamos chanclas para la playa y la alberca y que era indispensable comprarnos unas.

De camino a nuestro destino (o quizás ya allá), le pregunté si había conseguido por fin las chanclas. Me dijo que sí, que había conseguido unas rojas monísimas, que le habían encantado. ¿Y tú?, me preguntó. Pues conseguí unas bastante feítas que hasta me da vergüenza ponerme., le respondí.

Cuando salimos rumbo a la arena y el agua, ambas con nuestras chanclas nuevas, cuál no sería nuestra sorpresa cuando vimos que llevábamos puestas las mismas. Yo hasta mal me sentí por lo que había dicho, pero ambas nos reímos.

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¿Qué más prueba de que las cosas no tienen la solidez que solemos adjudicarles? Si las chanclas hubieran tenido una existencia real, no interdependiente y transitoria, ambas amigas (y el resto de los mortales) las habrían percibido del mismo modo.

Así la cosa, pues,  con todo los fenómenos que nos rodean, afuera y adentro, incluidos nuestro propio cuerpo y nuestro pobre "yo" inexistente .

miércoles, 24 de enero de 2024

:c:i:c:a:t:r:i:z:::

Del lat. cicātrix, -īcis.

1. f. Señal que queda en los tejidos orgánicos después de curada una herida o llaga.

Sin.:
  • costurónqueloidechirloseñalcapaduracastradurachajazocallorepulgohachazodescalabradurarodilleraalforza,
  • botana.

2. f. Impresión que queda en el ánimo por algún sentimiento pasado.

Sin.:
  • huellamarcaimpresión.

Este blog está recorrido todo por cicatrices. A veces, explícitamente (en modo reflexivo, como aquí, o en modo más anecdótico, como acá). Otras, en silencio. 

Yo llegué al mundo con la herida de la desconexión, como todos los seres vivíparos, y de ahí brotó mi (nuestra) primera cicatriz: el ombligo. El mío quedó rodeado, además, de una estrella cuando la piel se fue abriendo durante el embarazo. En algún momento llegué a pensar que el niño nacería por ahí.

Mi segunda cicatriz llegó muy pronto tras la primera. Cuando el pediatra decidió cortar los restos del cordón umbilica (en lugar de dejarlos secar y caer naturalmente) para evitarle la incomodidad (¿asco?) a mi mamá, a mi recién nacido ser se le ocurrió encoger la patita y mi muslo interceptó las enormes tijeras que el médico había elegido para la labor. Me hizo una herida, cuya cicatriz tiene forma de ángel o de búmerang. Me ha acompañado desde mi primer día en el planeta y, en alguna época, me ganó el epíteto de "la prima de la cicatriz", como me presentó mi primo Jean Louis a su prometida. (Creo que fue testigo de la cortadura original, lo cual le dejó una cicatriz a él en el ánimo.)

Tengo cicatrices más pequeñas, como una, casi imperceptible, en el labio de abajo, fruto de una caída (hubo muchas) en una fiesta infantil, cuando fui incapaz de brincar sobre el hueco entre una ventana y el jardín. Otra, de origen seguramente similar, adorna una de mis rodillas.

Durante el parto, la ginecóloga decidió que una episiotomía (1. f. Med. Incisión quirúrgica en la vulva que se practica en ciertos partos para facilitar la salida del feto y evitar desgarros en el perineo) ayudaría el proceso. Además de innecesaria (ya había un desgarre resultado de la manita del bebé que venía pegada a su cabeza), fue enorme ("de caballo", la describió la partera maravillosa gracias a la cual sobreviví el trance). Mi perineo está atravesado por la huella que dejó esa herida.

No solo tengo cicatrices en el cuerpo (y en el ánimo, claro), sino que resulta que una de mis pasiones en la vida, la escritura, es, en su origen, también una cicatriz: una marca que dejamos sobre el papel, cuyo nombre tiene una historia más antigua que ella misma. Empezó cuando los humanos empezamos a cortar, separar o rascar elementos de nuestro entorno (actividades comprendidas en la raíz indoeuropea sker-, que derivó en el scar del inglés, por un lado, y, por otro, en el cicatrix, -icis, del latín). Con el nacimiento de la escritura, se derivó otra raíz del propio indoeuropeo: skrïbh-, cuyo significado era "marcar sobre una corteza, rascar, bosquejar" (Aquí puede verse la etimología completa.) 

Podríamos decir, entonces, que nuestro paso por la vida, por el mundo, por el espacio y por el tiempo no es más que ir portando o dejando cicatrices, que dan cuenta de nuestras presencias y de nuestras ausencias.

Como unas figuras transitorias retratadas, casi involuntariamente, al fondo de una fotografía:

santiago y yare a punto de dar  la vuelta
en primer plano, una flor de higuerilla
todo en san vicente chimalhuacán




jueves, 18 de enero de 2024

Invitada: Pema Chödrön


Listos para lo que sea que pueda suceder después

 

Habituarnos un poco cada día a la falta básica de cimiento o sostén de la vida pagará grandes dividendos cuando lleguemos al final. De algún modo, a pesar de su presencia constante en nuestras vidas, aún no estamos acostumbrados al cambio continuo.  La incertidumbre que acompaña cada momento de nuestras vidas sigue siendo una presencia poco familiar. A medida que contemplamos estas enseñanzas y prestamos atención al flujo incesante e impredecible  de nuestra experiencia, podríamos empezar a sentirnos más relajados con las cosas como son. Si podemos traer esta relajación a nuestro lecho de muerte, estaremos listos para lo que sea que pueda suceder después. 


árboles al atardecer


Original en inglés y fuente, aquí. Traducción al español e imagen, mías.


miércoles, 17 de enero de 2024

Empezando de cero


¿Se puede realmente empezar de cero o siempre traemos ya un equipaje de ayer, del año pasado, de la infancia, de otra vida? Me gustaría poder empezar de cero. Algunas relaciones me gustaría poder empezarlas de cero: J, St, L, pero quizás sea más sano simplemente soltarlas, acabar de soltarlas. No se me ocurre qué más podría empezar de cero. Despertar cada mañana es empezar de cero, como si hubiéramos muerto durante la noche y resucitado al salir el sol. Cada día es una oportunidad para volver a intentarlo. Cada momento puedo tomar un camino diferente, empezando de cero. Después de un pleito se puede empezar de cero, como hicimos Santiago y yo después de navidad. Quizás no sea de cero cero, pero por lo menos podemos volver a intentarlo y llegar, como llegamos este año, a un primero de enero tendidos al sol bajo el jacalasúchil que hace más de veinte años plantamos juntos, jugando Uno, que jugábamos cuando era niño, que yo jugué con Emilia cuando esperábamos a Adrián en el Hospital de la Ceguera en Coyoacán en la Ciudad de México. Se acercó un guardia a decirnos que no podíamos jugar cartas, que estaba prohibido, que no podíamos apostar. Yo le enseñé que no eran cartas de verdad, que era un juego para niños, que Emilia tenía 11 años y que estábamos esperando a que su papá saliera de consulta. En ese mismo hospital, haciendo cola unos meses o, quizá, unas semanas antes, Adrián me propuso matrimonio y me dijo que quería tener hijos conmigo. Y yo le dije que sí, que por supuesto que sí, y decidimos casarnos. Y nos casamos a nuestro modo sin casi intervención de mis papás. Mi papá se veía decepcionado. Cómo no si estaba acostumbrado incluso a ordenar la comida que todos comíamos cuando íbamos juntos a un restorán. La primera persona que no se plegó a sus órdenes fue Horacio, mi novio argentino 17 años mayor que yo, que se atrevió, ante mi enorme asombro, a ordenar lo que le apetecía del menú en la Fonda "El Refugio" en la Zona Rosa, sin esperar ni dar pie a que mi papá lo hiciera por él.

lunes, 15 de enero de 2024

La terraza de Jalisco 222 antes 800

terraza
 

De terrazo.

1. f. Sitio abierto de una casa desde el cual se puede explayar la vista.

Sin.:
  • balcónmiradorgaleríalogiacierro.

O sea, la terraza de la casa de mi abuela Rosa en Cuernavaca. A veces la sueño. Casi seguro la soñé apenas, con sus dos sillones enormes con asiento de cuero y marco de madera, apostados contra la pared izquierda. Parecían tronos y fungían como camas para que los perros durmieran en la noche: uno de ellos, Alí, era un weimaraner gris, como los son todos los perros de esa raza; vivía con un bozal de cuero rosa después de que intentó morderme cuando era muy niña y me pusieron a mí en la disyuntiva de que se sacrificara al perro o viviera con bozal. El otro sillón era para el otro can que solía haber en la casa: entre ellos, Gandul, un bóxer color café que murió ciego y sobre el cual, cuentan, me montaban de bebé, o Yali, otro weimaraner, quizá hijo del primero, que le rompió una costilla a mi mamá y no duró mucho tiempo en la casa. En esos sillones la gente no se sentaba o no debía sentarse: estaban demasiado curtidos, llenos de pelo y de grasa perruna, me imagino. Mi hermano y yo a veces nos echábamos ahí a escondidas para perdernos en la inmensidad del cuero que contenía a las bestias de noche.

Al centro de la terraza había una mesa redonda de madera. Era grande y de tono claro. Recuerdo que tenía hoyos que se rellenaban con una pasta para simular el mismo color. Supongo que era algo contra las polillas. Alrededor cabían unas ocho sillas. Quizás más. De madera también, con un respaldo que podría jurar que era móvil, pero quizás, no. Es muy probable que esta mesa estuviera cubierta con un mantel cuando nos sentábamos a su alrededor.

La terraza tenía un frente abierto hacia el jardín y el lugar donde se estacionaban los coches. Todo ese frente estaba recorrido por una canaleta que se llevaba el agua cuando llovía demasiado. Ahí se acumulaba el granizo, cuando llegaba a granizar, y alguna vez mi hermano y yo recogimos las piedras de hielo en cucuruchos de papel que nos dio mi abuela Rosa. Encima les echó jugo de limón y azúcar para simular un raspado. No conservo memoria de cómo sabían.

Al fondo de la terraza había una puerta que daba directamente a la cocina, a través de un pasillo angosto reservado para la gente de confianza o la servidumbre (como decía mi abuela), nunca una visita. A la derecha estaba la puerta principal de entrada a la casa, después de una jardinera larga y angosta llena de plantas de hojas grandes y color verde muy oscuro. Y a la izquierda, en el mismo muro de los tronos de los perros, había otra puerta que daba al cuarto de huéspedes, una habitación independiente, con su propio baño y dos camas, probablemente matrimoniales, que se convertía en mi refugio cuando mi tía Olga pasaba alguna temporada en la casa. Me parece recordar que los azulejos de ese baño eran color salmón intenso y el excusado goteaba

Supongo que habría alguna fuente de iluminación, además de la luz natural, en la terraza, pero no recuerdo. Normalmente la usábamos de día. Para el aperitivo y la botana, antes de pasar al comedor con su mesa larguísima y su otra terraza, donde le quitaban el bozal a Alí para que comiera, pues se cerraba con puertas de vidrio. A la hora de la copa, adonde llegábamos recién bañaditos y arreglados después de haber nadado y tomado el sol, mis papás bebían camparis, mi tía Olga, su cuba y mi abuela Rosa, quizá un tequila de su tierra. A los niños no nos daban alcohol, pero mi papá nos preparaba una bebida con jugos (procesados) de fruta que llamaba Planter's Punch, pero sin el ron. 

Después del desayuno, mi tía Olga se quedaba sentada en la terraza, tejiendo o leyendo. No iba a la alberca: ni se asoleaba ni nadaba. Cuando yo podía, me sentaba junta a ella, escapándome de la rutina de balneario que seguían mis papás y mi hermano, y jugábamos canasta. Lo mejor que me podía pasar en el día.

Durante las vacaciones (verano, semana santa, navidad), nos reuníamos todos (mi papá, mi mamá, mi tía Olga, mi abuela Rosa, mi hermano y yo) después de la comida y de la siesta de los adultos a jugar continental. Mi hermano yo usábamos unos cositos de plástico y hule para sujetar nuestras cartas, sobre todo en las manos con mayor cantidad de naipes. El mío era azul por fuera y verde limón por dentro. No me acuerdo cómo era el de mi hermano. Cuando hablábamos demasiado, mi papá decía que el juego lo había inventado un mudo.

En esa terraza también se sentaba mi "tío" Achim, Joachim von Block, un noble alemán, homosexual, amigo de mi abuelo, cuando iba a visitar a mi abuela una tarde a la semana, como a las 5. Ella le preparaba un güisqui, al que llamaban jaibol, y creo que lo acompañaba bebiéndose ella uno igual. Mi hermano y yo acechábamos la conversación cuidando de que no nos vieran.

sábado, 13 de enero de 2024

Invitado: Kyabje Dilgo Khyentse Rinpoché



En efecto, los adversarios y la gente que intenta lastimarte pueden ser fuentes poderosas de ayuda en el camino del bodhisattva*. Dando pie a situaciones que normalmente dispararían tu enojo o tu odio, te ofrecen la preciosa oportunidad de entrenarte en transformar esas emociones negativas con paciencia. En el camino, tales personas te harán mucho más bien que cualquier amigo bien dispuesto. 

*bodhisattva: se refiere al practicante budista que se compromente a alcanzar la budeidad (o iluminación última) en beneficio de todos los seres sensibles, no del suyo propio (N. de la T.)


amigos/enemigos: formas vacías


Original en inglés y fuente, aquí.
Traducción al español e imagen, mías.

jueves, 11 de enero de 2024

Invitado: Karmapa 17


La codicia nos hace infelices

Todos queremos ser felices, pero generalmente no tenemos una idea clara de dónde viene la felicidad real. Los comerciales transmiten ciertas ideas sobre lo que necesitamos para sentirnos felices. Cuando estamos expuestos repetidamente a estas imágenes e ideas, empiezan a formar una suerte de hábito mental. Empezamos a sentir que lo que se anunció podría ser la llave de nuestra felicidad y entonces, por supuesto, queremos poseerlo. Nos acabamos diciendo: "¡Yo debería de tener una de esas motocilcetas! ¡Debería ir por el mundo con estilo! ¡También quiero ser exitoso y feliz!". 

Con el tiempo, desarrollamos un hábito de anhelar aquello que no tenemos. Sin notar de dónde provino, este deseo habitual avanza lenta y sigilosamente, convirtiéndose en codicia. Como otros hábitos, la codicia se desarrolla gradualmente. No nos detenemos para contener este hábito en sus etapas tempranas porque, por lo general, nuestras culturas nos alientan a entregarnos a la codicia. Entre más arraigado esté nuestro hábito de codicia, más profundamente caemos bajo su influencia y más "natural" nos parece. Una vez enraizado, el hábito de codicia nos mantiene sintiéndonos pobres y siempre al acecho de las cosas que nos faltan. En breve, la codicia nos hace infelices. 

fuego en Tlaníhuitl
















Original en inglés y fuente, aquí.
Traducción al español e imagen, mías.

miércoles, 10 de enero de 2024

d e s e o s

Pensando cómo arrancar esta entrada, me fui a ver si la RAE consignaba la locución "diente de león" y sí que lo hace. He aquí cómo:

1. m. Hierba de la familia de las compuestascon hojas radicaleslampiñasde lóbulos lanceolados y triangularesy jugo lechoso, flores amarillas de largo pedúnculo hueco, y semilla menuda con vilano abundante y blanquecino. 

Y para los más curiosos, "vilano" se refiere a ese 1. m. Apéndice de pelos o filamentos que corona el fruto de muchas plantas compuestas y le sirve para ser transportado por el aire.

Increíble, ¿verdad? Tantas palabras para nombrar tantos detalles y pienso que, quizás, entre ellas se nos pierde lo que está más allá de los nombres a los cuales nos aferramos con tanto ahínco, como si fueran aquello a lo que apuntan, cuando, en realidad, eso está mucho más allá de las palabras.


*


Por las calles chimaleñas hace unos 3 días, cuando fuimos en busca de unas amigas gemelas que no encontramos, me encontré un par de realidades inexpresables, o casi.

Vi un tutú de deseos esperando a volar por el aire tras las trazas hermanas desprendidas antes de la esfera ovalada que las contuvo a todas.

Vi los restos de otro tutú, todavía prendidos de la esfera madre, con poca convicción. O con la certeza de que serían arrancados aunque opusieran resistencia. Quizás las semillas de diente de león saben (y nos muestran) cómo no tiene caso aferrarse. En soltándose, fluyen con las cosas como son. 

Y me pregunto si las metáforas no son sola otra forma de intentar nombrar. Más sutil. Más subrepticia. Pero igual de alejada, en última instancia, de aquello que solo se vive, se experimenta, pero no se puede asir, por más que lo intentemos.
Como nuestros deseos y anhelos más profundos que soplamos cual vientos improvisados, sin dejarlos ir del todo en realidad.


sábado, 6 de enero de 2024

Invitado: Yongey Mingyur Rinpoché


Para la meditación, lo más importante no es realmente ser alguien que va mejorando; se trata más de estar justo aquí, justo ahora.


Nuestras mentes tienen que estar en el momento presente. Suelta todas esas metas. No trates de alcanzar un estado especial de la mente, estar tranquilo, gozoso y tener claridad... no te preocupes por eso. Estas cosas, especialmente al principio, vienen y van. Son lo que llamamos "experiencias de meditación".

Las experiencias de meditación son como nubes en el espacio, vienen y van. Pero algo que nunca desaparece es lo que llamamos realización. La realización es un proceso de aprendizaje. Se desarrolla lentamente pero nunca cambia.  

Así que suelta las expectativas sobre la meditación, pero no te rindas. Soltar no es rendirse.


nubes decembrinas

Original en inglés y fuente, aquí. Traducción al español e imagen, mías.


viernes, 5 de enero de 2024

n u b e s


En mis andanzas por el feisbuc, me encontré con una cita sobre las nubes (cuyo original y mi traducción incluyo aquí) de un tal Gavin Pretor-Pinney, conocido periodista británico, obsesionado con las nubes desde niño:


Beyond the clouds, the sun never stops shining.

Más allá de las nubes, el sol nunca deja de brillar.


No sé si lo mío con las nubes podría tacharse también de obsesión, pero el caso es que se aparecen bastante a menudo por el blog. Varias veces lo han hecho con su definición, que se ve que me encanta porque la he repetido (como aquíacá o acullá), y su papel particular en mi vida (el asombro de niña cuando descubrí que no estaban fijas, su manifestación en mi cuerpo tras una despedida, o su acompañamiento durante el confinamiento madrileño, por ejemplo). 

Todas las mañanas que salgo a caminar o las tardes que escribo en la mesa del comedor, me siguen acompañando, tras el amanecer o atardeciendo. Las de este invierno han sido especialmente espectaculares, o eso me ha parecido.

Aquí unos botones de muestra:









Quizás lo que más me atrae de las nubes es su constancia (casi siempre hay nubes en el cielo), su inconstancia (permanecen poco tiempo y van cambiando momento a momento, como todo, pero en ellas la enseñanza queda patentísima), y su capacidad para recordarnos que, no importa lo densas que puedan aparecer, detrás está el cielo azul, la naturaleza primordial, y la luminosidad del sol, aunque a veces se nos olvide.