miércoles, 31 de agosto de 2022

Flor de piedra

De una "piedra" el DLE dice, entre otra cosas, que viene del latín "petra" y que es una "sustancia mineral, más o menos dura y compacta". No dice, porque no lo sabe, que una "piedra" es también una planta  que vive en mi balcón, que tiene 5 lóbulos, donde se pueden ver sus marcas de crecimiento que, a veces, coinciden con lugares donde ha lucido flores, como aquí:




Que  lleva conmigo más de 20 años y ha cambiado de maceta unas tres veces, después de habérseme caído del balcón y haber sobrevivido la caída. Que ahora vive en una maceta cilindro color azul muy oscuro y es la reina del balcón. Que cada vez que florea, con una, dos o hasta cuatro flores —de pétalos casi translúcidos, amarillos casi blancos—, me emociona, de provoca un gusto y un asombro como si fuera la primera vez. Que no me puedo contener al fotografiarla, como cuando uno fotografía a su hija recién nacida y sabe que es la más hermosa del mundo. 





También ignora la RAE que hay unos bichitos alados negras que también están enamorados de la flor de piedra y que, además, se adentran en su corazón para alimentarse (supongo). Nunca los he visto en otro momento, salvo cuando esta belleza amarilla se abre. ¿Cómo saben que ha nacido?, me pregunto. ¿Los llamará ella con una suerte de telepatía vegetal? ¿O nacerán junto con ella en una suerte de coincidencia incomprensible? Ayer, con paciencia y varios disparos, pude capturar con mi camarita rosa a uno de los mentados bichitos voladores, que, más que volar, parece temblar alrededor de mi flor de piedra, de su flor de piedra, que no es de nadie:




Y tampoco saben, ni el diccionario ni la academia, que este milagro amarillo tiene un corazón que parece otra flor de 8 pétalos delgados rodeados de un enjambre de estambres bien acomodaditos y adornados de amarillo o naranja casi rojo. Esta flor y su corazón aparecen un solo día, cuando mucho dos.



Y como dice mi amigo Xavi, no ha vivido quien no conoce el corazón de una flor, 
¡Gracias, piedra!
¡Gracias, vida!
¡Gracias, flor!

lunes, 29 de agosto de 2022

Cosas azules

  • los pantalones de mezclilla
  • los ojos de Paul Newman
  • la camisa de Valen
  • una de mis plumas
  • el gato de Roberto Carlos
  • el cielo cuando no hay nubes (el más azul, el de Madrid)
  • el mar Caribe (y verde y turquesa)
  • las moras azules (por lo menos de nombre)
  • los ojos de los gatos siameses
  • los Pitufos
  • Stitch (nacido como experimento 626)
  • la olla de peltre donde hiervo el agua y el pocillo donde la caliento para hacerme un té
  • la maceta donde vive (y florea) ahora mi piedra (azul muy oscuro)
  • el  lapislázuli 
  • los zafiros (dicen; yo no he visto ninguno)
  • la caja de las tarjetas con temas de Natalie Goldberg
  • el fondo de la blusa con rosas que me compré en Barcelona para ir a una comida con Joana en la cual me presentó a un amigo, que nunca volví a ver
  • la pluma de Deborah
  • los asientos de algunas de las sillas de Salto Chico
  • la alfombra de mi recámara de niña (azul rey)
  • el tarro de Santiago (con su Avalokiteshvara en dorado)
  • una flor minúscula que sale en una planta espontánea en mi balcón
  • la resbaladilla, algunos fragmentos de los columpios, y una carretilla enorme en casa de mi comadre en Chimal




sábado, 27 de agosto de 2022

Invitado: Dzigar Kongtrul Rinpoché


al fondo del jardín, una paciente tejedora

Más que constantemente buscar eliminar todas las pequeñas irritaciones de nuestras vidas, podemos usarlas como una base para desarrollar más paciencia. Si enfatizas la comodidad sobre la práctica de la paciencia, tu mente se debilitará más y más. 


Original en inglés y fuente, aquí. Traducción al español e imagen, mías.


jueves, 25 de agosto de 2022

vecino, na

 Del lat. vicīnus, de vicus 'barrio', 'aldea'.

1. adj. Que habita con otros en un mismo pueblo, barrio o casa, en vivienda independiente. U. t. c. s.

2. adj.  Que tiene casa y hogar en un pueblo, y contribuye a las cargas o repartimientos, aunque actualmente no viva en él. U. t. c. s.

3. adj. Que ha ganado los derechos propios de la vecindad en un pueblo por haber habitado en él durante el tiempo determinado por la ley.  U. t. c. s.

4. adj. Cercano, próximo o inmediato en cualquier línea.

5. adj. Semejante, parecido o coincidente.

medio, dia vecino, na

1. m. y f. vecino que tiene el derecho de media vecindad.

vecino mañero

1. m. vecino que en el siglo XVIII, conservando su vecindad, buscaba otras nuevas con el objeto de no sufrir las cargas vecinales en ninguna y disfrutar de las ventajas en todas.


Hoy copio la entrada completa (salvo 3 expresiones que contienen el término) que la RAE dedica a esta palabra, porque me sucedió que, al ir leyendo las diferentes acepciones, sentí como que viajaba no solo en el espacio, sino sobre todo en el tiempo. El protagonista de las definiciones es el "pueblo", como si estuviéramos en la Edad Media o en la época anterior a la Revolución en México. En cualquier caso, así me supo a mí. Eso sí, "vecinos mañeros", o sea, quienes sacan partido de las situaciones para beneficio propio, los sigue habiendo en todos los lugares.

Mis vecinos, además de quienes viven en los otros 71 departamentos de La Arboleda, con  quienes suelo interactuar lo mínimo necesario, son los seres que me encuentro en mis caminatas casi diarias por el condominio: las dos gatitas grises atigradas (madre e hija), bastante silenciosas, y el Chillón, alias Benito, de color blanco con manchas grises, que maúlla como si no hubiera un mañana; los  zopilotes que surcan el espacio y a veces descansan en los techos de los edificios; las golondrinas que surcan el espacio más cercano a la tierra y al vuelo toman agua de la alberca; los zanates (machos de tono azulado y hembras de tono pardo), a los que de niña llamaba erróneamente urracas, que hacen gran alharaca sin motivo aparente. También hay otros pájaros: primaveras de pecho amarillo, tortolitas jaspeadas e incluso uno que otro cotorrito. En el terreno del fondo, merodean ardillas sagaces, lagartijas rapidísimas, e incluso alguna vez llegué a ver una iguana . Y entre las hojas, entre los cables o aun en algún balcón, a veces me encuentro arañas (negras, rojas, rojas con amarillo, verdes claro) con sus telarañas, que me recuerdan a las formas que dibujaba yo de niña con mi espirógrafo.

Y luego, de repente, aparecen seres esporádicos. Pasajeros. Que un momento están y al siguiente ya no. Vecinos volátiles que adornan mi paseo, matutino o vespertino. 

Hace 2 o 3 días, mientras rodeaba parte del edificio B, donde hasta hace un par de semanas vivían mis amigos bolivianos, me llamó la atención una forma enroscada, negra con blanco, y me acerqué a ver qué era. Pues una especie de azotador (o sea, oruga originaria de México cubierta de pelos muy urticantes) que me pareció hermosísimo. Al seguir caminando, me encontré con toda su familia. No quiero imaginar lo que les habrá pasado cuando los jardineros los detectaron.




Y ese mismo día, al rodear el edificio A, por donde nunca pasa nadie, me topé con una mariposa de color y diseño fascinantes:



Y sí, mucho más adepta soy a los vecinos no humanos, cuyo territorio nosotros hemos invadido, reclamándolo como propio, tachándolos a ellos de intrusos o enemigos.



lunes, 22 de agosto de 2022

Invitado: Jamgon Kongtrul Rinpoché Tercero

 

Básicamente un estado mental


La palabra tibetana para budismo, nangpa, tiene el sentido de internalizar: indica que necesitamos voltear hacia adentro y trabajar en nuestro interior. Haciendo esto y adquiriendo un sentido más claro de quiénes somos realmente, desarrollamos un sentido de nuestra existencia según se relaciona con todo lo que nos rodea. Si miramos el exterior e intentamos averiguar qué es lo que está allá afuera con base en proyecciones mentales confusas, nunca reconoceremos quiénes somos. Lo que es fundamentalmente cierto es que la experiencia de dolor o placer no se trata tanto de lo que está sucediendo externamente, como de lo que está sucediendo internamente: la experiencia de dolor o placer es básicamente un estado mental. El que experimentemos el mundo como iluminado o confuso depende de nuestro estado mental.  














Original en inglés y fuente, aquí.
Traducción al español e imagen, mías.

sábado, 20 de agosto de 2022

Encuentro cercano

Ayer en la tarde salí a caminar, recuperando condición después del coronaincidente. Cuando pasaba por el minijardín entre mi edificio, el F,  y el que sigue, donde florece uno de los jacalasúchiles hijos, escuché un aleteo. Fuerte. O sea, era claro que no se trataba de un bicho pequeño.

Dirigí la mirada hacia arriba y descubrí un pájaro enorme, una suerte de guajolote negro, tranquilamente posado sobre el pretil del techo. Y entonces me di cuenta de que era un zopilote. Su compañero, o compañera, estaba en una postura similar en el edificio de al lado, el G.




Y movían un poco sus alas. Me dio miedo, supongo, porque se me puso la piel chinita, pero me quedó ahí parada, lo más tranquila posible, e incluso tome algunas fotos. Y pensé, como siempre, en mi abuela Rosa. ¿Habría algún animal muerto cerca o solo estaban de paseo, como yo? 

Me preparé para fotografiarlos en el momento en que emprendieran el vuelo, pero no me salió. Ya Santiago me había dicho que los había visto en los techos de los edificios, pero a mí nunca me había tocado tenerlos tan cerca.

Seguí mi caminata y ellos siguieron volando por encima posándose de vez en cuando y contemplando, qué sé yo, el más allá, la vida, la muerte:


ambos bichos en el techo del edificio D

viernes, 19 de agosto de 2022

Invitado: Karmapa 17


Satisfacción


Verdaderamente siento que la satisfacción es la mayor riqueza. Cualquiera puede reclamarla para sí. Cualquiera puede poseerla. La satisfacción es una riqueza increíble por la cual no tenemos que pagar ni buscarla en algún lugar fuera de nosotros mismos. Los recursos naturales para crear esta riqueza son las riquezas internas de nuestra propia mente. La satisfacción es una riqueza que ofrece el más alto contento, y podemos obtenerla simplemente minando nuestros propios recursos y conociendo nuestra propia mente. Podemos cultivar la perspectiva de que lo que tenemos es suficiente. Podemos ver que, de hecho, no necesitamos más de lo que ya tenemos y estar completamente satisfechos con ello. 


visita a la entrada de mi casa

Original en inglés y fuente, aquí. Traducción al español e imagen, mías.


miércoles, 17 de agosto de 2022

Historia de una violeta blanca











Yo tengo dos violetas que dan flores blancas. Vinieron de casa de Dasha, de la crianza amorosa de Juana, hace muchos años. Cuando digo muchos, quiero decir cerca de 15, cuando menos. Mucho tiempo estuvieron en la misma maceta y me acompañaron en mi cubículo cuando trabajé en el Instituto Nacional de Salud Pública. Allá tenía que tener especial cuidado en los días libres al final de la Semana Santa, pues hacía mucho calor y había de dejarlas bien regadas. Sobrevivieron sin problema y siempre floreando. 

Cuando me fui del instituto, se vinieron conmigo, por supuesto, y pasado algún tiempo, decidí separarlas: cada una en su propia maceta. Y siguen floreando. Entre todas mis violetas (alrededor de 20), son las que más agua necesitan, por lo menos una vez a la semana, mientras que las demás pueden aguantar hasta 10 días entre riego y riego. Pero las blancas se alacian pronto. Hay que estar pendientes de ellas. Eso sí, si se me pasa un poco el día de riego, les pongo bastante agua y reaccionan rápido.

De las dos violetas grandes, una ha crecido más, con todo y que la Khandro convirtió en encaje vegetal varias de sus hojas. La otra se fue quedando más pequeña, con un tronco muy largo que la hacía colgar por el lado de la maceta. Con los años he aprendido (y creo que lo he contado aquí en alguna otra entrada) que, a veces, con el paso del tiempo, las violetas pierden sus raíces (queda solo un tronco pelón) y si no se atienden, pueden morir. Esto le sé detectar porque se empiezan a verse pachuchas a pesar del agua. Entonces, la única opción es desenterrarlas, lavarles el tronco y meterlas solo en agua para animar la salida de nuevas raíces.

Cuando sometí a la violeta blanca a este tratamiento, descubrí que tenía una sola raíz muy envejecida que no aguantó el lavado. Entonces la puse dentro de un frasquito de vidrio (de esos de yogur) que luego coloqué sobre un frasco largo y delgado de mermelada, para evitar que las hojas se maltrataran al contacto con la superficie del mueble que sostendría la planta: una especie de unidad de cuidados intensivos para violetas.

Al principio, se le empezaron a secar las hojas más externas, que fui arrancando delicadamente una a una, y pasaban los días y las semanas y seguía todo igual. Alba, que me ayuda con la limpieza y con quien platico de violetas, me veía con cara total de incredulidad y un poco de lástima (creo) cuando yo le aseguraba que la violeta acabaría por echar raíces nuevas, aunque la verdad es que yo ya había empezado a dudarlo también. Eso sí, tras la pérdida de las primeras horas, las que quedaron se veían muy sanas y también tenía hojas nuevas brotándole al centro.

Y fue probablemente más de un mes o después, o casi dos, cuando descubrí las primeras raíces. Sí, ya podía pasar a planta a esperar a que las raíces crecieran, antes de volver a una maceta con tierra. Y cuál no sería mi sorpresa cuando descubrí también que así, en el agua y con apenas unas cuantas raíces, mi violeta blanca echaba botones de flores, que empezaron a abrir tímidamente.











Todo un viaje de muerte y vida y vida y muerte, que al final son ambas parte del mismo acontecer.


martes, 16 de agosto de 2022

::::88::::

Estos serían los años que cumpliría hoy mi papá. Pero se quedó muy lejos, como él quería (le aterraba la vejez). En 8 ocasiones más he escrito sobre su cumpleaños en este blog (1, 2345, 678). No lo hago cada año, pero cada 16 de agosto lo pienso, lo recuerdo, lo extraño y me peleo un pelín con él. 

Hace unos días, en pleno coronaislamiento, leía La ridícula idea de no volver a verte de Rosa Montero (supongo que te gustaba, pa). Para abrir el libro, dice ella: "Como no he tenido hijos, lo más importante que me ha sucedido en la vida son mis muertos, y con ello me refiero a la muerte de mis seres queridos". Yo, por fortuna, tuve un hijo, pero el papel de mis muertos sigue siendo primordial. 

Mis muertos se han vuelto aniversarios y aparecen con cierta regularidad en mis textos. Las apariciones de mi papá son probablemente las menos uniforme porque el recuerdo de mi relación con él es el más agridulce, el más claroscuro. Hoy mismo, no estaba segura de estar de humor para escribir sobre él. Entonces, me puse a ver textos de años anteriores, me conecté con el sentimiento (me sacaron la lagrimita, como dice mi hijo, y heme aquí.

Yo, a mi papá, lo adoré años. Aprendí de él el gusto enorme por la literatura, el cine, la música (aunque nunca pude conectarme con la ópera como él lo hacía)y el teatro, sobre todo el musical de Broadway, adonde fuimos juntos (con mi hermano y mi mamá) un par de veces. 

Yo, a mi papá, no he terminado de perdonarle el abandono ni el abuso. Pero lo intento un poco cada día.

Yo, a mi papá, me encantaría verlo un rato. Pasear, quizá, por Madrid, que tanto le gustaba. Detenernos en algún bar a tomar unas tapas (tortilla de patata, calamares a la romana) y beber, qué sé yo, un vermú o un tequila. Ir a alguna exposición en la Fundación Mapfre, por ejemplo, como la de Giacometti y Rodin que habría disfrutado muchísimo, y cerrar con una función especial de, digamos, Mientras dure la guerra, que estoy segura le habría encantado.

Yo, a mi papá, hoy le dejo un fragmento del barrio madrileño de Serrano, tomado cuando estaba a punto de iniciar el verano del 2020 y yo anduve por ahí en una consulta oftalmológica:





















Ojalá hayas encontrado, pa, encuentres, la paz que te fue tan escurridiza en vida.
Te quiero.

lunes, 15 de agosto de 2022

Invitado: Tilopa

 

Los seis clavos


No recuerdes. — Suelta lo que ha pasado.
No imagines. — Suelta lo que pueda venir.
No pienses. — Suelta lo que está sucediendo ahora.
No examines. — No intentes resolver nada. 
No controles. — No intentes hacer que nada suceda.
Descansa. — Relájate, ahora mismo, y descansa. 





Origen del texto en inglés y de la imagen, aquí.
Traducción al español, mía.

domingo, 14 de agosto de 2022

hallazgo 34 (y varios colados)


En el camino de meditación budista, que es el que conozco, hay dos modalidades principales: la meditación de morar en calma (shamatha), cuyo propósito es asentar y estabilizar la mente, y la meditación de ver con claridad o profundidad (vipashyana), cuyo propósito es llegar a un entendimiento introspectivo sobre la forma en que las cosas son en realidad y disipar, así, el velo de la ignorancia, o sea, la raíz del sufrimiento.

Cuando se abordan estas prácticas en un contexto espiritual, con el fin de trascender el sufrimiento de la existencia cíclica y alcanzar un estado despierto, se consideran prácticas trascendentes. Pero, según aprendí (o me aclaró mi maestro) hace unas semanas, hay shamatha y vipashyana mundanos. En este caso, el propósito es mejorar la existencia cíclica, sin la intención de salir de ella.

Mi maestro ha señalado, también y en varias ocasiones, que a veces es necesario atender estos asuntos mundanos antes de emprender el camino espiritual. Y una vez dado el primer paso en la sanación personal, me parece que pueden correr de manera paralela mientras sea necesario. Con el tiempo, iremos descubriendo que, en realidad, son vertientes de un mismo camino. Y recuerdo aquí una enseñanza importantísima que compartió conmigo mi queridísima Dasha, terapeuta y luego gran amiga: "Una buena terapia te deja en las puertas de la espiritualidad". 

Todo esto para llegar al hallazgo en cuestión, que ha sido, según pude ver con claridad, una instancia de vipashyana mundano, mientras voy transitando el camino hacia la liberación. En México diríamos que "me cayó el veinte", un veinte de esos enormes.

*

Las líneas anteriores se escribieron durante la primera parte del mes de retiro/meditación/estudio que Santiago y yo compartimos durante julio en el Instituto de Verano Nitartha (desde mi casa). Y a ese veinte original, que ya no recuerdo con precisión, se unieron otros. Digamos que el tema principal es poder darme cuenta cómo mi mente (confusa) muchas veces interpreta y moldea la realidad a su conveniencia: buscando tener la razón o confirmar una idea preconcebida. Aunque esto implique más sufrimiento, da la falsa ilusión de tener algo a lo cual aferrarse.

Al espacio abierto por el estudio y la experiencia de la mente, tan inasible como presente, se ha aunado desde hace varios días la vuelta del bicho: Una nueva (y probable - yo no me hago prueba, mejor me encierro) coronainfección que se va alargando y que me hace ver la vida, también, desde otro lugar. A veces azotado y triste, pero (para mi sorpresa) en esta ocasión mucho más tranquilo y espacioso, sobre todo en la soledad/aislamiento.

Reconozco, por ejemplo, que mis necesidades son mis necesidades y yo soy responsable de satisfacerlas (o no). Y reconozco, también, que se vale estar vulnerable y pedir ayuda. Veo que, a veces, pedir esta ayuda se interpreta (o esa es la reacción que yo veo, sobre todo en mi hijo) como neediness, vocablo inglés intraducible realmente (en su idioma original, el adjetivo, needy, se define como: marked by want of affection, attention, or emotional support, algo así como marcado por falta o necesidad de afecto, atención o apoyo emocional). Y sí, a veces me pongo needy; y a veces tiene que ver con el presente y otras lo disparan carencias pasadas y unas más, la cosa se combina. Esta vez he podido (la mayor parte del tiempo), no dejarme arrastrar por la corriente de neediness y convivir conmigo, con la enfermedad y con la soledad incluso con tranquilidad y una buena dosis de gracia.

También aprendí a reconocer cómo me afecta/me desequilibra la inconsistencia emocional de quien me rodea, que a su vez dispara la mía. (Sí, mi hijo y yo de nuevo.) Y no es que yo espere que los demás (él) sea emocionalmente consistente todo el tiempo (tarea por demás imposible), pero sí se vale que la experiencia, por lo menos, se hable, se asuma, se trabaje. (Muchos, demasiados, años tuve que lidiar con la casi perenne inconsistencia de mi madre, preguntándome si hoy me querría o no, si mañana sería yo digna de su atención o su cuidado.)


En fin, unos pasos más en el camino hacia la sanación y la autoaceptación.

Queda aún mucho trecho por andar, pero ahí voy/vamos pian pianito...


viernes, 12 de agosto de 2022

::v:e:i:n:t:i:sé:i:s:::::

Hoy, changuito, cumples 26 años.

Te celebro compartiendo(te) un texto sobre el amor que me inspiras.

Que te acompañe siempre. Te quiero.


Hace unas semanas, que ya deben ser meses (más o menos 10, descubro), en uno de mis grupos de práctica de escritura en línea nos dieron como tema que contáramos sobre una ocasión en que hubiéramos dado una bendición a alguien. Yo escribí que no estaba segura cuándo y ni siquiera si alguna vez le había dado a alguien una bendición. Entonces me acordé de Harry Potter y de su mamá, Lily, y pensé  que una bendición para mí podría describirse como el regalo que ella le hace a su hijo cuando Voldemort, el Innombrable, intentó destruir a toda la familia. Lily Potter no solo se sacrificó para que el malvado mago no matara a su pequeño, sino que también le ofrendó al entonces bebé una suerte de escudo de amor que lo protegería siempre. Ese escudo, de hecho, le permitió a Harry sobrevivir la maldición de Voldemort con una mera cicatriz en forma de rayo en su frente.

Muchas veces he pensado en eso en relación con mi propio hijo, Santiago. Así que cuando viene a casa y se va, yo siempre miro por la ventana de mi estudio, sin hacerme notar. Desde ahí, puedo verlo irse caminando o montado en Antuanito (nuestro golf ya treintañero) y mandarle una ráfaga de besos (para lo cual abro un poco el mosquitero para que no se queden atascados dentro) que lo acompañen en el regreso a su espacio, en su camino por la vida, con el deseo de que lo protejan como el amor de Lily protegía a Harry.

De sobra sé que no tengo el poder para resguardar a Santiago del sufrimiento que entraña la vida, pero aspiro a que mi "bendición" lo acompañe cuando se enfrente a momentos difíciles y le dé un brillo extra a los disfrutables. 

Una vez cuando él tenía 6 años, justo antes del divorcio, viajé a Estados Unidos para conocer a mi maestro de meditación. Tenía yo un cordón de bendición que mi maestro me había mandado unos años antes en una carta. Así que al despedirme y sentir cuán triste estaba Santiago, le di el cordón para que lo cuidara y acompañara y decidimos atarlo no alrededor de su cuello, sino alrededor del cuello de su peluche favorito de todos los tiempos, Manchas el perro.

Cuando regresé del viaje, me dijo cuánto me había extrañado y me contó cómo se iba a la cama todas las noches con un chal mío, que olía a mí, me dijo. Así que supongo que allí había también otra "bendición", el obsequio de la protección en el aroma del amor que había yo dejado atrás sin siquiera saberlo. 


Supongo que el poder de una bendición yace más en la conexión de corazón que tenemos con las personas que amamos.

Que esa conexión nos acompañe siempre, changuito, de más cerca o de más lejos.



Aquí, de pilón, una foto bastante abstracta que tomé hace unos días desde la ventana del estudio cuando Santiago  se iba después de una visita fugaz. (Las luces rojas al centro son los faros del Antuanito que subía la cuesta hacia la salida del condominio.)