viernes, 29 de enero de 2021

Retrato gatuno 2

En realidad hay varios retratos gatunos en mi blog, pero este es el segundo con el mismo título. El primero está acá y es de hace casi 5 años, un año después de que la Khandro llegara a mi casa. Este año cumplirá, pues, seis (de edad y de estar aquí) y uno de ser gata única (sí, ya hace casi 365 que murió la Ñaña, poquito antes del confinamiento, cuando yo andaba en Madrid).

Recorriendo el blog en busca de los retratos gatunos anteriores, me encontré un texto más o menos largo sobre los pros y contras que sopesé antes de adoptar a la Khandro de 2 meses. Hoy lo volvería a hacer. Rápidamente se convirtió en una compañera tan cariñosa como divertida, tan simpática como mal portada. Durante los meses que pasé en España, no se me quitó la sensación de que, de pronto, pasaba corriendo de aquí para allá, aunque cada vez tenía que recordar que en las casas en que me recibieron no había gatos.

La Khandro ya no es la chiquitura que era, pero sigue siendo súper fotogénica y le gusta que le saquen fotos. (O eso me parece a mí.) Y a mí me encanta buscarle ángulos nuevos. Y ahora su compañía será, de nueva cuenta, apreciadísima y sanadora (como lo fue cuando llegó) frente a la nueva partida de Santiago (la 6a si no me equivoco, aunque prefiero no volver a hacer cuentas). 


Aquí en una de las fotografías más recientes que le he tomado, en una suerte de retrato fragmento, que en modo pedante, podría llamarse

sinécdoque gatuna: la nariz por el gato.



miércoles, 27 de enero de 2021

:c:i:e:n::a:ñ:o:s:

Hoy mi tía Marisa hubiera cumplido 100 años. A ella le gustaban sus cumpleaños y los festejos por cualquier motivo. Era súper fiestera y buenísima anfitriona. Incluso llegó a hacer planes para su aniversario número 100, pero murió 4 años antes.

Hoy me la imagino bailando con un vestido rojo, su cabello recogido en un chongo (o moño, dirían allá) y celebrando la vida. Se le daba tan bien celebrar la vida, a pesar de lo que fuera. Mi tía ha estado presente a lo largo de este blog siempre y en tres ocasiones (aquí, acá y acullá) la he recordado puntualmente.

Hoy vuelvo a compartir este retrato que le hice hace casi 11 años en el rancho (en dónde más). Es la foto suya que más me gusta. Es tan mi tía Marisa, que parece que puedo hablar con ella. 


Recibe, tía, una vez más mis besos y abrazos con el cariño de siempre y con el anhelo de que seas feliz y estés libre de sufrimiento. 

Y no dejes nunca de bailar.




martes, 26 de enero de 2021

campánulas 2


Aunque en este caso sea singular y blanca (no como las varias azules de acá, de hace poco más de tres años). 


Esta preciosidad de color semejante al de la nieve o la leche (¿quién como la RAE para intentar definir lo indescriptible?), y que corresponde al de la luz solar no descompuesta en los varios colores del espectro (y no ceja en su intento.) la encontré del otro lado del Atlántico, en Caldes de Montbui, cerca de Barcelona, donde pasó unos días el verano pasado invitada por mi querida amiga Àngels. Ahora que lo pienso no le pregunté cómo le dicen allá.

Yo la nombro a mi modo, campa´nula, aunque no lo sea en realidad.. Pero aquí es válido aquello de que una rosa, nombrada de cualquier otra manera, seguiría teniendo el mismo aroma. O seguiría teniendo el mismo color, la misma belleza, a pesar de nuestra manía de etiquetar el mundo a nuestro paso.


lunes, 25 de enero de 2021

Home 23

 




Hace casi 4 años justos, el 21 de enero de 2017, hablaba, también, sobre violetas. Indagando un poco más, hoy  constato que las que yo crío son violetas africanas, pertenecientes al género Saintpaulia, en honor a su descubridor, el barón Walter von Saint-Paul-Illaire, quien halló la planta en Tanganyika, hoy Tanzania. (De lo que se entera una en internet.)


El color de las flores, en su versión silvestre, puede ser violeta, púrpura, azul claro o blanco. Y su nombre coloquial deriva de su parecido con la violeta común (de la familia Violaceae), con la cual no tiene ningún parentesco.

Mis violetas son de color morado oscuro, blanco, rosa, violeta claro, rojo oscuro con blanco. Alguna vez tuve una color vino, la primera, pero creo que esa la perdí, a menos que una joven que no ha floreado aún su descendiente. (Ojalá.). Algunas tienen hojas y flores grandes y otras las tienen pequeñas. Las hay muy peinaditas y ordenadas y también están las despeinadas, que echan las hojas para donde les viene en gana. Las flores, a su vez, pueden ser sencillas o dobles o incluso parecer rosas en miniatura.

A veces sucede que alguna violeta empieza a verse desmejorada. He descubierto que puede ser debido a un proceso de envejecimiento que les hace perder las raíces y, aunque en alguna ocasión me deshice de una planta a la que eso le había pasado, pensando que el proceso era irreversible, la siguiente vez decidí poner el tronquito en agua (como hago con las hojas cuando las quiero reproducir) y, para mi sorpresa, no solo recuperó la vitalidad de sus hojas, sino que echó nuevas raíces, e incluso flores, aún estando en el agua. Una vez que las raíces se ven fuertes, las paso a una maceta con tierra, donde siguen creciendo y floreando.






Así yo estos días después del aterrizaje forzoso. Ando enraizándome de vuelta en mi casa. En mi mundo. En mi espacio. Con paciencia (no hay de otra), para permitir que vuelva a haber flores.


domingo, 24 de enero de 2021

sueño 23.

Anoche soñé con mi abuela María Luisa, la mamá de mi papá. La abuela asturiana. Mi madrina. No la sueño mucho. Ni la pienso mucho. Ni la recuerdo con mucha frecuencia. Pero ahí está. Dentro de mí. Como un elemento callado, pero fundacional.

Era un sueño de despedida. Ella se iba.  Se moría, pues, pero no de enfermedad. Era su tiempo (que en la vida "real" fue hace más de 30 años) y decidía despedirse. Hablar con su gente. Y había lágrimas. Claro. Más de los demás que de ella.

El entorno era la casa de Cuernavaca de mi otra abuela, Rosa, la madrastra de mi mamá. Y aunque Santiago, mi hijo, nunca conoció a su bisabuela, en el sueño andaba por ahí, cerca de mí. 

Había primas y primos, hijos de las hermanas de mi padre. Ni ellas ni él estaban presentes. Al final, yo presenciaba cómo mi abuela, que de pronto parecía más joven y más contenta, se despedía de alguien que no se veía. Decía que le había prestado (asturianismo que alude al disfrute de una experiencia) algo y señalaba sus bolsas. Iba vestida jovialmente, de colores y sonreía. A mí me daba gusto.

Al final del sueño, yo intentaba compartir con mis primos —sentados con gran pesadumbre alrededor de una mesa— la escena que había atestiguado  No podía. No me hacían caso. Y entonces lo dejaba pasar. 

Cuando desperté, empecé a escribir el sueño en mi mente para no olvidarlo y para conservar algo de la sensación de haber pasado un ratito con mi abuela.









Aquí, una foto de una foto de mi abuela María Luisa, que me regalara mi tía Marisa, su hija mayor, hace varios años, durante una visita al rancho tan querido, donde murió María Luisa el año del terremoto.


miércoles, 20 de enero de 2021

Invitada: Pema Chödrön



















En la encrucijada


Cuando nos encontramos en un lugar de incomodidad y miedo, cuando estamos en una disputa, cuando el médico nos dice que necesitamos hacernos pruebas para determinar qué anda mal, nos encontraremos con ganas de culpar, de tomar partido, de no transigir. Sentimos que necesitamos alguna resolución. Queremos mantener nuestra perspectiva conocida. Para el guerrero [espiritual], "correcto" es una visión tan extrema como "incorrecto". Ambas bloquean nuestra sabiduría innata. Cuando estamos en una encrucijada sin saber hacia dónde ir, estamos en el ámbito de la prajnaparamita [sabiduría trascendente]. La encrucijada es un sitio importante en el entrenamiento del guerrero. Es donde nuestras creencias sólidas empiezan a disolverse.

 


Fragmento tomado del libro The Places that Scare You. A Guide to Fearlessness in Difficult Times (Los lugares que te asustan. El arte de convertir el miedo en fortaleza).

Traducción al español e imagen, mías.


martes, 19 de enero de 2021

Hoy


En la radio suena "El invierno" de Vivaldi. Me emociona. (Siempre me emociona). Y me acuerdo cuando compré boletos para ir al Palau de la Música de Barcelona a escuchar "Las cuatro estaciones" completas. Iba a ir sola. Me encantan, aunque se hayan tocado tanto. Pero en esa ocasión, no se me hizo Primero, la pandemia había obligado a un nuevo cierre y segundo, había yo adelantado mi regreso a México. .(Por fortuna, había podido ir antes, con Joana, a escuchar Rajmáninov). 

Un recuerdo más de algo que no sucedió.

Y me acuerdo de cuando, hace décadas, muchas (estaba yo en primaria y mi amiga Natasha aún no se iba a vivir a Moscú) participé en una representación de baile (ahora no me creo capaz de haberlo hecho) de esas 4 estaciones de Vivaldi. A nuestro grupo, las mayores, nos tocó precisamente el invierno. Íbamos vestidas de blanco con adornos del mismo color en la cabeza, simulando copos de nieve, de esa que todas esas décadas después aún no he visto en vivo. Bailamos en un escenario redondo en el Polyforum de Siqueiros en la Ciudad de México.

Un recuerdo más de algo que sucedió.

Hoy ambos parecen sueños, de la misma naturaleza de las representaciones que surgen en mi mente algunas noches. Ilusorios. Sin existencia real. 
Así la vida. Aunque no lo podamos ver o se nos olvide.

domingo, 17 de enero de 2021

Invitada: Jetsunma Tenzin Palmo


Los placeres sensoriales y las cosas deseables son como el agua salada:


Entre más los saboreamos, más aumenta nuestra sed. 
Abandonar con prontitud todos los objetos que suscitan apego, 
Es la práctica de un bodhisattva.


El Buda mismo dijo que la avidez [avaricia] es como el agua salada: entre más bebemos, más sed tenemos: aun si nos bebiéramos el océano entero, seguiríamos teniendo sed. Por supuesto que esto nos lo ha mostrado nuestra moderna sociedad de consumo. La gente ahora tiene tanto, más allá de lo que podrían haber imaginado aun hace 50 años y, sin embargo, siguen sin estar satisfechos. Aferrándose sin parar y ¿para qué? 

El punto es que todo se vuelve contraproducente después de un rato. Conseguimos un auto y es tan emocionante, pero el segundo auto es, de algún modo, menos interesante. Para cuando llegamos a nuestro quinto o sexto, ¿a quién le importa? Solo nos queda preocuparnos de dónde estacionarlo. Pero aunque entre más saboreemos, más aumenta nuestra sed, este deseo tiene beneficios decrecientes. 

Siempre tenemos la esperanza de recuperar ese sentido inicial de satisfacción. Hay un momento en que sentimos un placer real y luego desaparece. Como el helado, que es delicioso, pero si seguimos comiendo, nos sentimos enfermos. Tras el momento inicial de placer, la sensación de satisfacción disminuye, así que entonces probamos algo diferente y siempre algo más.  





















Comentario sobre Las 37 prácticas de un bodhisattva.
Original en inglés, aquí.
Traducción al español, mía.

jueves, 14 de enero de 2021

Home 22, armando el rompecabezas 5

 


Naturaleza viva —vivísima— con piña y limones de Chimal, con jarra de agua y sombras de persianas, con frutero de barro de Cuentepec, con maceta de talavera y planta del amor. Con cuchara de palo del Norte del país. Con carpeta de ollitas colgantes para tapar el agua. Con el sol de la tarde que enciende esa ventana entre la cocina y el comedor y resalta la oscuridad del pasillo. 

Un fragmento de mi casa. De mi hogar. De mí misma.

Un paso más hacia el reconocimiento. Por transitorio que sea.


martes, 12 de enero de 2021

En mi balcón 3




 




Una luz dorada invade, desde el balcón, la mesa donde escribo. Me da paz. Me reconcilia. Respiro profundo, por la boca. Mi nariz rota, recién operada. Mis ojos morados. 

El tiempo parece detenido. Yo me he detenido. Haciendo un aterrizaje forzoso, o quizás forzándome para no aterrizar. Aterrizando de cualquier manera. 

Así inicia el 2021.

Año de nieves, año de bienes, dice una amiga de Madrid tras Filomena, cuyo paso nevado añoro haber presenciado.

Año de nones, año de dones, decía mi abuela Rosa. 

Todo depende, cada vez me es más claro, de mi percepción, de la manera en que interpreto el mundo, del color con que mi mente y mis emociones lo iluminan.

Todo es ilusorio y pasajero.

Como el atardecer, que ya se vuelve morado. Gris. Cobrizo.

Desde la ventana del comedor. De mi mesa. De mi casa.


lunes, 4 de enero de 2021

En mi balcón 2


Anochece y en el horizonte se dibuja una silueta de plantas y hojas. Mi skyline propio. Sobre un cielo oscurecido que conserva aún una franja de sol. El cielo es también el mar para los peces que nadan, iluminados, en el hueco de mi balcón.

Y yo reconozco el espacio. Y lo desconozco. Casi a la vez.
Como me reconozco y me desconozco a mí misma. Casi al mismo tiempo.

Así inicia el dos mil veintiuno.
Y como dice mi amiga Joana, vivir en la duda también es vivir.
Quizás.